Los Mayas

La caída de la región occidental

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La caída de la gran Tulan-Teotihuacán generó sin duda profundas repercusiones en el resto de Mesoamérica, y la mayoría de las culturas que la conformaban debieron entonces adaptarse a una nueva realidad política y económica. Al principio, la alta cultura maya debió ejercer gran fascinación sobre el resto de sus vecinos mesoamericanos, aunque el sistema de gobierno de los reyes divinos era cerrado y careció de la capacidad de adaptación necesaria para afrontar la nueva realidad mesoamericana. Las tierras bajas mayas comenzaron entonces a perder rápidamente su cohesión interna. Sus fronteras y territorio no podían ser ya resguardados con el mismo celo de antes, tornándose relativamente vulnerables ante el empuje de grupos que vivían la curva ascendente de su desarrollo.

Uno de estos grupos fueron los maya-chontales. En un principio no debieron haber sido muy distintos de sus primos hermanos, los ch’oles de la región occidental del Bajo Usumacinta. Ambos fueron hablantes de lenguas derivadas de la rama cho’lana occidental, aunque tras algunos siglos de compartir regiones adyacentes, los chontales se diferenciarían paulatinamente de sus vecinos, hasta el punto de ruptura. Florecería entonces su distintiva lengua de Yokot’an. Sabemos que desde aproximadamente el siglo VII comenzarían a distribuirse en una región más amplia, referida como Nonohualco, que incluía porciones de lo que hoy son los estados mexicanos de Tabasco y el suroccidente de Campeche. En aquel entonces, su territorio debió estar dividido en provincias similares a las que después conoceríamos en la época colonial: Xicalango, Copilco, Potonchán y Acalan.

Desde aproximadamente el año 650, la presencia chontal comenzaría a ser significativa en las tierras bajas occidentales. Dinastías chontales parecen haberse asentado en torno a la región de Comalcalco, Uxte’k’uh y Tortuguero, desde donde comenzaron a establecer vínculos —en un principio modestos— como subordinados del linaje de B’aakal establecido en Palenque. Incluso algún miembro de la corte de K’inich Janaahb’ Pakal pudo haber tenido sangre chontal. Hacia esta fecha surgen términos glíficos chontales en las inscripciones de Tortuguero y poco después en Palenque, durante el reinado de K’inich Janaahb’ Pakal. Al mismo tiempo, estas y otras ciudades de la región comienzan a usar extensivamente utensilios de cerámica de pasta fina de coloraciones crema, café y gris —incluyendo el complejo Chablekal—, producidos en la región de Nonohualco.

La influencia chontal en Palenque continuaría durante el reinado de K’inich Ahkul Mo’ Naahb’ III y más allá. El último gobernante conocido, llamado Wak Kimi Janaahb’ Pakal, ascendería en 799. La propia fecha calendárica inserta dentro de su nombre (Seis Muerte) refleja las fuertes influencias externas a las que el sitio debió haber estado sometido para entonces. El glorioso linaje de B’aakal se extinguía. Los últimos descendientes de los grandes reyes quizá buscaron todavía refugio hacia 814 en centros relativamente afines, como Comalcalco, mientras su propia ciudad —la otrora majestuosa Lakamha’— parece haber sido abandonada hacia principios del siglo IX.

En Yaxchilán, el nuevo rey Kohkaaj B’ahlam IV (Escudo Jaguar IV) intentaría continuar la tradición de su padre Pájaro Jaguar IV, y emprende algunos proyectos arquitectónicos y escultóricos de importancia, aunque también se enfrasca en una serie de campañas militares en contra de Hix Witz (‘Montaña Jaguar’), La Florida (Namaan) y Motul de San José, hasta 800 d. C., que le valieron hacerse con dieciséis prisioneros. Continuó ejerciendo el control de centros secundarios como La Pasadita, quizá Chicozapote, y Laxtunich —cuya ubicación desconocemos con certeza, e incluso reforzaría sus vínculos con el rey Yajaw Chan Muwaan de Bonampak, veinticuatro kilómetros al suroeste, en la región de Ak’e’— al parecer mediante el envío de una princesa de su propio linaje.

Antes de su debacle final, los mayas de las tierras bajas occidentales aún producirían un asombroso testimonio adicional de su brillantez, que inmortalizaría su paso por el tiempo. La ciudad de Bonampak fue descubierta por indígenas de la Selva Lacandona durante la primera mitad del siglo XX. Posteriormente, dos expediciones en febrero y mayo de 1946 la darían a conocer al mundo —la primera por Carlos Frey y John Bourne; la segunda por Giles Healy—. Si bien no puede comparársele en tamaño con su vecino Yaxchilán, ha cobrado fama mundial debido a los murales que aloja en tres cuartos de altas bóvedas que componen la Estructura 1 —verdadera Capilla Sixtina del Nuevo Mundo—. Su maestría radica en haber sido pintados al fresco, es decir, en una sola sesión, durante el breve lapso en que el estuco de los muros permaneció húmedo. Datan de 9.18.0.3.4 (14 de diciembre de 790).

La escena narrativa del Cuarto I se divide en dos partes. La primera muestra la presentación de un heredero al trono ante un grupo de nobles como preludio a su entronización —presidida por el propio Kohkaaj B’ahlam IV de Yaxchilán—; la segunda muestra una elaborada ‘danza de quetzal’ (ahk’ot ti’ k’uk’) en dos tiempos: primero tres señores con el rango de Ajaw son ricamente ataviados con fantásticos armazones de plumas de quetzal y posteriormente bailan con el acompañamiento de una gran banda de músicos, cantores (k’aayo’m), trompetistas y percusionistas.

Procesión de músicos y actores disfrazados. Murales de Bonampak, Chiapas. Estructura 1, Cuarto I. Reproducción de Heather Hurst.

El Cuarto II contiene la escena de una batalla, librada por Bonampak contra algún otro señorío no identificado. Su importancia radica en que echó por tierra añejas concepciones que veían a los mayas como una idílica civilización de pacíficos sabios, obsesionados con la observación de los astros. En dos tiempos, se muestra primero la confusión de cuerpos contorsionándose en ágiles lances al fragor de la batalla, permitiéndonos atisbar las avanzadas tácticas marciales y el desarrollo del combate cuerpo a cuerpo con mortíferas lanzas largas. Las órdenes en el campo de batalla parecen haber sido transmitidas con la ayuda de trompetas marcadas por símbolos de muerte. La alta jerarquía de muchos de los guerreros se adivina por sus atuendos, con tocados con cabezas de felinos, aves y lagartos, amén de costosas capas y corazas, a veces recubiertas de piel de jaguar o de plumas, mientras los de menor rango cubrían su desnudez con sencillos bragueros de algodón. La escena culmina con la presentación de cautivos en las amplias escalinatas de la plataforma inferior de la acrópolis, al sur de la Gran Plaza. Algunas víctimas yacen muertas. Otras aguardan su destino final con los cabellos jaloneados y gesticulando de dolor por las uñas que les han sido arrancadas de los dedos. Todos deben presentarse ante la gallarda figura del triunfante rey guerrero Yajaw Chan Muwaan.

Por su parte, el Cuarto III muestra una ceremonia pública de sacrificio que parece desarrollarse sobre la pirámide principal de Bonampak, dominada por tres danzantes guerreros con impresionantes atuendos, al tiempo que blanden hachas teñidas por la sangre de algunos de los enemigos previamente capturados, como uno que dos asistentes parecen retirar de los escalones tras su ejecución. Un tropel de músicos con sonajas y tambores provee el trasfondo rítmico. Las bóvedas contienen escenas palaciegas, en las que un grupo de damas de la clase gobernante extraen sangre de sus propias lenguas a fin de ofrendarla a las deidades.

En Piedras Negras, antes de alcanzar su trágico final, el rey K’inich Yat Ahk II emprendió una campaña militar en 788, en la cual logra capturar a un capitán militar (yajawk’ahk’) de Santa Elena. Posteriormente, lanzaría una devastadora serie de dos «guerras-estrella» en contra de los reyes de Pakb’u’ul en Pomoná, en el 792 y en el 794, la segunda en estrecha coordinación con su incondicional vasallo O’ Chaahk, gobernante del sitio subordinado de Pe’tuun (La Mar).

A poca distancia de Piedras Negras, el reinado de Kohkaaj B’ahlam IV en Yaxchilán llegaba a su fin. Poco después del año 800 sería sucedido por K’inich Tatb’u Jo’l IV —su propio hijo—, aunque su época se tornaba demasiado turbulenta para continuar los grandes planes de sus predecesores. No obstante, en 808 lograría dedicar el modesto Templo 3 a las deidades patronas del sitio, en cuyo único umbral colocó el Dintel 10, que narra la destrucción del centro menor de K’uhte’el Yaxhulwitz y su confrontación contra K’inich Yat Ahk II —el Gobernante 7, último de Piedras Negras—. En realidad, poco importa que Yaxchilán se haya alzado con la victoria, pues ambos centros daban ya sus últimos respiros antes de caer en el completo abandono.

Irónicamente, poco antes de la debacle ante Yaxchilán de 808, Piedras Negras alcanzaría el pináculo de su desarrollo artístico. El rey K’inich Yat Ahk II mandaría esculpir dos de las máximas obras maestras del arte maya: el Dintel 3 y el Trono 1. Sin embargo, tal clímax resultaría efímero, pues tras la derrota infligida por Yaxchilán sólo se dedicaría un monumento más, en el 810. Inclusive los restos del Trono 1 fueron encontrados rotos y esparcidos en el interior del Palacio de K’inich Yat Ahk II, en medio de evidentes señales de incendio, que confirman que hubo realmente una invasión.

Relativamente protegida por las majestuosas montañas de Ocosingo, los problemas que aquejaban al resto de las grandes ciudades de las tierras bajas centrales tardarían algún tiempo más en llegar a Toniná. Su última época de esplendor tuvo lugar durante el reinado del undécimo gobernante, llamado K’inich… Chapaht, quien dedica una «Casa del Consejo» (Nikte’il Naah) y todavía hacia 799 honra la memoria de su ancestro —el fundador Cabeza de Reptil— mediante un ritual de fuego en su tumba. Su reinado no estaría exento de fuertes conflictos y lograría someter al rey Ek’ B’ahlam del sitio de Saktz’i’ (‘Perro Blanco’), al tiempo que derrota nuevamente a Yomoop, capturando a Ucha’an Aj Chih. Dedica su último monumento en 806, tras lo cual el sitio parece sumirse en un período de treinta años de silencio.

Los temas bélicos seguirían dominando en la época del siguiente gobernante, K’inich Uh Chapaht —último representante del linaje de Po’ en el sitio— quien dedicaría hacia 830 un magnífico friso de estuco con representaciones de cautivos atados. No obstante, algo grave debió ocurrir tras su mandato, pues los últimos reyes no usan el emblema de Po’, sino otro desconocido. Los recién llegados dedican una estela en 904. y otra más para el final de período 10.4.0.0.0 (20 de enero de 909) —el último monumento fechable de las tierras bajas—. Su estilo resulta ajeno a la tradición de Toniná. Posteriormente, el control del sitio quedaría en manos de grupos portadores de cerámica Tohil-Plum-bate y Anaranjado Fino.

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