Conclusión
Hemos recorrido juntos los principales hechos que conformaron una de las grandes civilizaciones de la historia del mundo. Los remotos orígenes de los mayas proveen el tejido de su pasado mítico y legendario. Su llegada a las tierras bajas ocurrió más de tres mil años atrás, aunque era difícil adivinar hasta qué punto lograrían florecer en las difíciles condiciones de un entorno selvático. Su interacción con las grandes culturas de Mesoamérica supuso enormes retos, aunque resultaría fundamental para su desarrollo. Es cierto que algunas de ellas los superaron en fuerzas —como Teotihuacán—, aunque ninguna en refinamiento y logros intelectuales, especialmente durante el pináculo de la era de los grandes reyes clásicos.
Catástrofes recurrentes asolaron su historia, hasta el punto de llevarlos a concebirlas como parte de la inexorable regularidad de sagrados ciclos de tiempo. Desde la era preclásica, su avance hacia la gloria fue bruscamente interrumpido por sucesivos colapsos, aunque su tenacidad les permitió renacer fortalecidos de cada catástrofe —como sólo los grandes héroes de su mitología eran capaces de hacer—. El más severo de ellos sobrevino durante el Clásico terminal, cuando la sobrepoblación y la catástrofe ambiental se combinaron con incesantes guerras y la llegada de poderosas influencias externas, poniendo fin a la era de sus más grandes reyes divinos y provocando el abandono de la mayoría de sus portentosas capitales de alta cultura. Tras su caída, unas cuantas grandiosas metrópolis todavía tomarían su lugar —inspiradas en el ideal arquetípico de Tulan-Suywa’—, aunque la gloria de antaño se perdía y paulatinamente caerían en la decadencia. Unos pocos líderes conseguirían unificarlos, pero incluso ellos tendrían que partir, dejándoles desamparados, hasta que sus propias luchas internas acabarían por fragmentarlos.
Así los sorprendería la Conquista. Las batallas de Cortés contra el imperio de la Triple Alianza relegarían a los mayas a un segundo plano, del cual aún luchan por salir. Al principio la llegada de ambiciosos europeos los llenó de asombro, aunque pronto Alvarado y otros se encargarían de revelarles sus verdaderas intenciones. El dominio extranjero representó para ellos explotación e injusticias sin fin, mientras una extraña lengua tuvo que ser aprendida y un distante rey obedecido. Bajo pena de muerte debieron ocultar sus más íntimas creencias, ante el celo inquisitorial de la Iglesia católica, afanada en destruir sistemáticamente lo que nunca supo o quiso comprender. Si bien muchos serían convertidos a la nueva fe, otros revestirían a sus antiguos dioses de nuevos y bíblicos ropajes. Gran parte de la economía de la Nueva España se construyó con el sudor de su frente, aunque el reparto de las ganancias no los incluyó. Con la independencia de México —y posteriormente de Guatemala— llegarían promesas de libertad y de lugares más dignos para ellos en las nuevas e idealistas sociedades de América, aunque en muchos sentidos su cumplimiento sigue pendiente.
Los mayas no desaparecieron con la caída de su extraordinaria civilización. Tampoco es justo decir que su gran cultura se extinguió, aunque sin duda la influencia occidental la transformó irreversiblemente. Unos seis millones de ellos aún viven entre nosotros, divididos en treinta grupos étnicos distintos. Son ahora ciudadanos de los modernos países que ocupan el territorio de las tierras bajas que alguna vez fue suyo. En Campeche y Yucatán poblaciones numerosas aún hablan la lengua de los màaya winiko’ob’, mientras en Tabasco se escucha aún el yokot’àan y los tzotziles y tzeltales de Chiapas preservan aún grandes tradiciones. En Guatemala, la cantidad de grupos mayas resulta aún mayor, pues conforman casi la mitad de la población. Los más numerosos de entre ellos son los K’iche’ y kaqchikeel, quienes participan activamente en la vida política de su nación. Mames, q’eqchi’ es y tzutujiles añaden riqueza y profundidad a su herencia compartida. Por su parte, las identidades nacionales de Belice y Honduras serían impensables sin las poblaciones de mopanes y ch’orti’es que conforman sus respectivas sociedades. Aunque ciertamente, en todos estos países los hablantes de sus lenguas nativas cada vez son menos, ante el avance del español —introducido desde la Colonia— y más recientemente, del inglés, lengua común del nuevo orden económico de nuestro tiempo.
Muchas de sus comunidades son todavía regidas por sus autoridades tradicionales, aunque sólo las más alejadas de las ciudades modernas permiten a los ancianos y sacerdotes practicar aún el conocimiento del orden sagrado de su calendario. Sus ciclos todavía marcan el pulso de las labores agrícolas entre poblaciones como los ixil, de Guatemala, los chamula de Chiapas y otras más remotas aún. Allí, algunos campesinos mayas siguen dedicando ofrendas a los antiguos dioses. Sus nombres originales todavía son pronunciados en oscuras cuevas y apartadas milpas. Para ellos, K’inich Ajaw, Ixi’m, Chaahk y K’awiil no se han ido. Su poder ancestral les permite devolver las plegarias dirigidas a ellos en forma del nutritivo calor, la vital lluvia y la fuerza del relámpago, asegurando así el éxito de sus cosechas. Quien conoce su historia puede aún captar ecos de un remoto pasado en el ritual de Maximón de Santiago Atitlán; en ceremonias de petición de lluvia y de fertilidad como la del Ch’acháak que realizan comunidades de Campeche y Yucatán; o bien en la danza del Pochó que aún perdura en Tabasco.
Así, su cultura resiste heroicamente el embate de la modernidad. Luchan por mantener su identidad en la era de la información, el neoliberalismo y la globalización, aunque estos fenómenos modernos avanzan implacables en pos de las riquezas que aún encierra su territorio. Pese a todo, hemos visto que un tema destaca entre los muchos que conforman su extraordinaria riqueza histórica: su habilidad para superar los más imponentes desafíos. Su sangre resguarda aún la herencia que les ha permitido sobrevivir, desde al menos el sexto hasta el decimosegundo de sus b’ak’tunes. Ahora, mientras ciclos tan sobrecogedores reducen nuestra propia escala de tiempo humano a un suspiro, ellos aguardan la llegada inminente del decimotercer b’ak’tun. ¿Podrán los hombres del maíz ixi’m winiko’ob’ triunfar heroicamente de nuevo? Quizá entonces revelará su verdadero sentido la voz de la nación k’iche’, expresada en los versos de Ak’abal:
Nos han robado
tierra, árboles, agua.
De lo que no han podido adueñarse
es del Nawal.
Ni podrán.