El mundo maya
Antes de hablar de los protagonistas y eventos en el devenir histórico de toda civilización, es preciso mirar el telón de fondo donde se desenvolvieron. El mundo maya de la antigüedad abarcó un territorio aproximado de 360.000 km2, es decir, prácticamente la misma área de la Alemania actual. Rodeada por costas, regada por decenas de ríos y atravesada por cordilleras montañosas, se trata de una vasta región con un exuberante medio ambiente, conformado por una diversidad de ecosistemas. Su ubicación al sur del trópico de Cáncer y al norte del Ecuador le confiere un clima tropical, donde la gloria de las cuatro estaciones de latitudes más septentrionales parece reducirse a sólo dos temporadas tajantemente marcadas: lluvias y secas. No obstante, no faltarían motivos de inspiración a genios de la talla de Antonio Vivaldi e Igor Stravinsky, de haberles sido posible contemplar una puesta de sol, una tormenta eléctrica o un firmamento nocturno estrellado, como sólo pueden apreciarse en el corazón del mundo maya. El menor número de estaciones se ve aquí ampliamente compensado por las posibilidades sorprendentes de variabilidad climática, geográfica y ecológica, en función de la altura sobre el nivel del mar, la proximidad a las costas, el tipo de suelos y otros factores.
Para su tamaño, este territorio albergó una diversidad natural pocas veces vista en el mundo. En términos de nuestra geografía actual, la superficie del área maya cubriría el tercio sureste de México, incluyendo los estados de Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. También abarcaría prácticamente la totalidad de Guatemala y Belice, así como las porciones occidentales de Honduras y El Salvador. Los límites geográficos naturales del área maya resultan claros hacia el norte (el golfo de México) y hacia el sur (el océano Pacífico). Hacia el poniente y el oriente, es más apropiado hablar de fronteras culturales, las cuales naturalmente estuvieron sujetas a períodos de expansión y contracción a través del tiempo, en función del esplendor y decadencia de las culturas dominantes que allí se asentaron. Con todo, podríamos delimitar grosso modo una frontera occidental en torno al istmo de Tehuantepec y el río Copilco —no lejos de las ruinas de Comalcalco— mientras que el límite oriental comprendería sitios como Cerén y Cihuatán, en torno al río Lempa, continuando desde Copán hasta Naco a través de los valles aluviales formados entre los ríos Ulúa, Chamelecón y Motagua, que desembocan en el golfo de Honduras.
Siempre pintorescos, los paisajes que engalanan el área maya van desde las áridas planicies desprovistas de ríos del norte de Yucatán —donde el agua debía extraerse de cenotes (tz’ono’ot) o cavidades subterráneas de singular belleza y significado ritual— hasta las arenas volcánicas de las costas del Pacífico de Guatemala, situadas 800 km al sur. Al poniente del istmo de Tehuantepec existen pantanos y manglares, aunque también desolados parajes de fuertes vientos. Al oriente están las aguas color turquesa del Caribe. Fue en las tierras bajas centrales, sin embargo, donde la más alta cultura maya tuvo su origen. Lo que allí puede encontrarse es una de las más densas selvas tropicales imaginables, rebosante de exóticas especies de flora y fauna, algunas delicadas y exquisitas, otras mortalmente peligrosas. En su conjunto, configuraron un territorio de abundancia sin par, del que hoy sólo quedan vagos reflejos, aunque otrora permeó el antiguo pensamiento maya e inspiró la mayoría de sus manifestaciones artísticas, las cuales nos ayudarán a vislumbrar su mundo casi perdido, sin duda con admiración, acaso con reverencia.
En muchas publicaciones, el área maya se divide todavía de manera harto simple y esquemática, como «tierras altas» y «tierras bajas», aunque no pocas ciudades importantes se desarrollaron precisamente en zonas transicionales entre una y otra partición. Por ello, hoy en día goza de mayor aceptación describir el área maya en seis grandes regiones, que de sur a norte serían: 1) la costa y piedemonte del Pacífico; 2) las tierras altas del sur; 3) las tierras altas del norte; 4) las tierras bajas del sur; 5) las tierras bajas centrales y 6) las tierras bajas del norte. A continuación se explican las características más generales de cada una de estas regiones.
La costa y piedemonte del Pacífico abarcan la amplia y fértil franja que se forma entre las costas del Pacífico y las cordilleras volcánicas a cuyo pie se inician las tierras altas. Tal franja ocupa entre 40 y 100 km de longitud, desde el sur del istmo de Tehuantepec y la región llamada del Soconusco, a través de Chiapas, Guatemala y El Salvador. Desde el Pacífico, se interna unos 80 km en dirección opuesta a la costa. El clima de esta región es tropical o de tierra caliente, entre los 25 y 35°, y se torna más templado conforme se asciende por el piedemonte, con una temporada de lluvias que generalmente va de mayo a diciembre y alcanza entre 3.000 y 4.000 mm anuales. Este trayecto es atravesado por algunos ríos que fluyen desde el eje geovolcánico hasta la costa, incluyendo el río Lempa. Los fértiles suelos oscuros y la abundante lluvia hacen de esta un área bien dispuesta para cultivos tan apreciados antiguamente como el cacao y el algodón. Contiene sitios arqueológicos de importancia como Izapa, Chutinamit, Takalik Abaj, Ocos, El Mesak, El Baúl, Bilbao y Monte Alto. Respecto a la importancia de la costa y el piedemonte del Pacífico, algunas de las primeras muestras de sociedades complejas en Mesoamérica —como la producción de cerámica— han aparecido en esta región en sitios como la playa guatemalteca de Ocos, al igual que algunos de los textos jeroglíficos más tempranos de toda el área maya, como los descubiertos en monumentos de Takalik Abaj y El Baúl.
Las tierras altas del sur se yerguen por encima de los 800 m de altitud, desde el eje volcánico que corre en forma paralela a las costas a través de Chiapas, Guatemala, El Salvador y Honduras —aunque 80 km tierra adentro— hasta la cordillera llamada Sierra Madre oriental, formada por la unión de dos placas tectónicas que comunican los macizos continentales de Norteamérica y Sudamérica. Incluye el valle de Guatemala y los lagos Atitlán e Ilopango. Algunos de sus picos, como los volcanes Tajumulco y Tacaná, rebasan los 4.000 m de altura. Se trata de una zona que históricamente ha sido asolada por frecuentes terremotos y erupciones volcánicas, suscitando con ello migraciones y repoblamientos cuyas profundas consecuencias están aún vigentes en nuestros días. Su clima es muy diverso, desde tierra templada a tierra fría, oscilando entre los 15 y 25°, con lluvias entre mayo y diciembre, aunque es ligeramente menos lluvioso que la costa y piedemonte del Pacífico. Los suelos volcánicos de las tierras altas son el resultado de masivas erupciones de piedra pómez y cenizas que datan del Pleistoceno, donde milenios de lluvia y erosión han formado un paisaje rugoso, interrumpido frecuentemente por amplios valles de fértiles suelos. Entre los sitios de importancia de las tierras altas del sur están Santa Marta, Zaculeu, Utatlán, Mixco Viejo, Iximché, Kaminaljuyú (antigua capital regional ubicada en la actual ciudad de Guatemala); Ixtepeque y El Chayal (importantes por la extracción de obsidiana), Chalchuapa, Cihuatán y Joyas de Cerén (aldea devastada por una erupción volcánica hacia el 600 d. C., de forma similar a la villa romana de Pompeya).
Por su parte, las tierras altas del norte van de los 750 a los 2.000 m de altitud sobre el nivel del mar. El área que comprenden todas estas regiones abarca partes altas de México, Guatemala y Honduras. Se conforman de cordilleras montañosas de roca metamórfica que atraviesan los valles del alto Motagua y del Grijalva, las tierras altas de Chiapas, la Alta Verapaz y los altos Cuchumatanes, los fértiles valles de Rabinal y Salama, las Salinas de los Nueve Cerros —de donde se extraían grandes cantidades de sal para el comercio a larga distancia—, así como la Sierra de las Minas en el valle medio del río Motagua, rica en depósitos minerales de jadeíta y piedra serpentina, muy cotizados por los antiguos mayas. Una plétora de ríos tributarios del gran Usumacinta —incluyendo al Jataté, el Lacantún y el principal de ellos, llamado Chixoy— riegan generosamente la zona. El clima abarca desde temperaturas templadas ligeramente por debajo de los 15 hasta los 30-35°, más propios de la tierra caliente. Su índice de precipitación fluvial es igualmente variable, desde los 750 a los 2.500 mm anuales, concentrados entre mayo y diciembre. Como ciudades principales de esta región, destacaron Chiapa de Corzo, Comitán, Tenam Puente y Tenam Rosario, Chinkultic, Salinas de los Nueve Cerros, Nebaj, Chamá, Sakajut y El Portón. Son numerosos los sitios olmecas reportados aquí, anteriores al establecimiento de grupos mayas. En forma periférica, esta región fue alcanzada por desarrollos de alta cultura procedentes de las tierras bajas. Como resultado, no pocos de sus sitios produjeron monumentos esculpidos y finas vasijas polícromas, con escritura jeroglífica difundida desde las tierras bajas, aunque con algunos rasgos distintivos regionales que indican el uso de lenguas del tronco k’iche’ano mayor.
Pasemos ahora a las tierras bajas del sur, que abarcan el mayor territorio dentro del área maya. Yacen generalmente por debajo de los 800 m y son también llamadas «transicionales», debido a que presentan algunas características ambientales y culturales situadas a medio camino entre las tierras altas y las bajas. En México, corren a través de la selva Lacandona de Chiapas al oriente de Tabasco, extendiéndose desde allí hasta el norte de los departamentos de El Quiché, Huehuetenango, Verapaz e Izabal, en Guatemala. Incluyen también el fértil valle del bajo Motagua, cuyos ríos desembocan en el golfo de Honduras.
El sur de las tierras bajas se divide a su vez en subregiones más culturales que geográficas, llamadas Occidental, Usumacinta, Petexbatún y Motagua bajo. Las dos primeras comprenden mayormente sitios en torno a las cuencas de los ríos Usumacinta y San Pedro Mártir, a través de los estados mexicanos de Chiapas y Tabasco, así como una parte del Petén Guatemalteco. La tercera subregión se ubica dentro de Guatemala y la cuarta dentro de Honduras. Al sur de este territorio hay elevaciones rugosas de rocas cársticas. El resto contiene formaciones de piedra caliza. Su clima de tierra templada cede paso gradualmente al de tierra caliente (25-35°) en las partes bajas, hasta convertirse en el propio de la selva o bosque tropical, con un elevado porcentaje de lluvia —por encima de los 3.000 mm anuales— que en ocasiones cae prácticamente todo el año, entre mayo y marzo. Tan elevada tasa de humedad ambiental ha ocasionado que crezcan grandes áreas de bosques tropicales de montaña donde proliferan lianas, musgos y líquenes y habitan especies de aves tan exóticas como el quetzal.
Si Egipto tuvo el gran Nilo —que propició el florecimiento de su avanzada civilización— y Mesopotamia se desarrolló a expensas de los ríos Tigris y Éufrates, un eje fundamental de la civilización maya fue el río Usumacinta. Se subdivide en el Alto Usumacinta, de fuertes corrientes y bravos raudales que dificultaron su navegación —que abarca desde la confluencia de los ríos de La Pasión y Salinas hasta la zona de Boca del Cerro y Pomoná— y el Bajo Usumacinta, de aguas mansas y navegables —que continúa desde allí hasta su desembocadura en el Golfo de México—. Otros torrentes de ancho caudal en las tierras bajas del sur fueron el Jataté, el Lacantún, el Chapuyil, el Chixoy, el de La Pasión, el Sarstoon (que divide Belice de Guatemala) y el río Dulce.
Allí florecieron poderosas capitales de alta cultura, entre las cuales existieron fuertes rivalidades, De poniente a oriente, pueden mencionarse Palenque, Toniná, Piedras Negras, Yaxchilán, Dos Pilas y Copán. Una plétora de sitios de menor rango fueron controlados por estas, destacando Comalcalco, Pomoná, Tortuguero, Santa Elena, Moral-Reforma, Anaayte’, Bonampak, Lacanjá, Seibal, Itzán, Altar de Sacrificios, Aguateca, Cancuén, Machaquilá, Quriguá y Pusilhá.
Por su parte, las amplias tierras bajas centrales se encuentran por debajo de los 150 m de altitud y han sido referidas como «la cuna» de la alta civilización maya, debido al extraordinario desarrollo que cobraron allí centros muy tempranos que datan desde el Preclásico superior (400 a. C. - 250 d. C.), entre los que se cuentan El Mirador, Nakbé, Uaxactún, Tikal y San Bartolo. Abarca desde la parte sur de los estados mexicanos de Campeche y Quintana Roo hasta la bahía de Chetumal, descendiendo hacia la cuenca de El Mirador y el departamento del Petén guatemalteco, otra gran cuenca interior de 100 km de longitud. Esta porción central se encuentra delimitada hacia el este por el mar Caribe, en cuyas costas hubo también centros importantes. Las temperaturas aquí son de tierra caliente, entre 25 y 38°, aunque con menor precipitación fluvial (2.000 mm anuales de promedio).
Tales condiciones favorecen la presencia de una densa selva tropical, cuyos estratos superiores rebasan los cincuenta metros de altura, acompañados de una gran diversidad de especies de flora y fauna. En ciertos tramos, el entorno selvático se ve interrumpido por zonas de pastizales o inhóspitas depresiones semipantanosas, llamadas «bajos», donde predominan matorrales y arbustos espinosos. El número de ríos y el porcentaje de humedad disminuyen en las tierras bajas centrales, ya que cierto número de ellos desaparecen en la época de secas, aunque se originan allí o lo atraviesan ríos de caudal considerable, como el Candelaria, el Mamantel, el San Pedro Mártir, el río Hondo, el New River y el Belize River. A la par, el terreno se torna más plano, adquiriendo incluso características de sabana hacia el sur, parte fácilmente inundable en torno a sus múltiples bajos, dando paso a un sistema de trece o catorce lagos, el mayor de los cuales es el lago Petén-Itzá, que abarca 160 km2. A fin de garantizar el suministro de agua, los mayas de la antigüedad aprovecharon depósitos naturales llamados «aguadas», y en muchos casos los expandieron hasta crear auténticos lagos artificiales capaces de abastecer grandes poblaciones.
A nivel geopolítico, en ninguna otra parte del área maya existieron centros de mayor magnitud que las dos grandes metrópolis que controlaron la mayor parte de las tierras bajas centrales, la poderosa Calakmul —gobernada en su época de gloria por la dinastía Kaanu’ul, o de la serpiente— y su némesis, la majestuosa Tikal que se encuentra bajo la égida de los reyes de la dinastía de Mutu’ul. No resulta exagerado decir que las múltiples confrontaciones protagonizadas por una y otra de estas «superpotencias» de la antigüedad configuraron en buena medida la historia de todas las tierras bajas mayas. Otros sitios de las tierras bajas centrales fueron (de norte a sur) Uxul, Naachtún, Becán, Balakbal, El Palmar, El Perú-Waka’, La Corona, Río Azul, Lamanai, Altún Há, El Zotz’, Jimbal, Uaxactún, Yaxhá, Nakum, Motul de San José, Itsimté-Sakluk, Ixkún, Naranjo y Caracol.
Por último, las tierras bajas del norte abarcan prácticamente la mitad superior de la península de Yucatán, en México, incluyendo la parte norte y occidente de Campeche, y la totalidad de Yucatán y Quintana Roo, con excepción del tercio sur de este último estado. Tras atravesar una zona transicional llamada Chenes-Río Bec, los gigantescos estratos arbóreos de las tierras bajas del sur van disminuyendo de tamaño hasta convertirse paulatinamente en matorrales. La topografía de esta región es marcadamente plana, con zonas de sabana hacia el oeste, y se ve interrumpida únicamente en forma muy ocasional por serranías bajas, inferiores a los ochenta metros de altura, como la sierrita de Ticul y las colinas de Bolonchén, ubicadas en la región Puuc. Los suelos son muy delgados y no exceden más de cuarenta centímetros de grosor, bajo los cuales aparecen extensos afloramientos de roca caliza del período Cenozoico. Respecto a la agricultura, ello significaba cosechas y densidad de recursos arbóreos mucho menos abundantes que las del Petén y otras regiones. Si bien en la porción sur todavía pueden encontrarse algunos arroyos y riachuelos —e incluso grandes cuerpos de agua como la laguna de Bacalar— conforme el terreno se torna más árido hacia el norte, el agua comienza a escasear, hasta el punto en que sólo es posible hallarla en pequeños depósitos formados por erosión —llamados sartenejas— y grandes cavidades subterráneas llamadas cenotes (del maya tz’ono’ot), que se forman al colapsarse el techo de las cavidades de porosa capa de roca cárstica del subsuelo.
La precipitación anual en las tierras bajas del norte es generalmente inferior a los 2.000 mm, y en ciertos lugares inclusive menor a 500 mm, mientras que la temporada de lluvias es más marcada, y tiene lugar entre junio y diciembre. Por sus características, esta región está expuesta a una mayor vulnerabilidad frente a fenómenos meteorológicos como huracanes y ciclones procedentes del Caribe, y se halla también afectada por intensos períodos de sequías. Pese a las desventajas comparativas de esta región en cuanto a disponibilidad de agua y delgadez del suelo cultivable, el hecho es que en algún momento de la historia maya, muchos de los grandes centros clásicos del sur «colapsarían» —por razones que vamos a explorar en detalle más adelante— y su población tendría que migrar hacia sitios del norte, entre los que se cuentan (de poniente a oriente) Champotón, Edzná, Xcalumkin, Oxkintok, Uxmal, Kabah, Sayil, Dzibilchaltún, Mayapán, Chichén Itzá, Ek’ Balam, Cobá, Tulum y Tancah. Debido a su dinamismo, en esta región son apreciables múltiples innovaciones en el arte y la arquitectura.