Tikal y el Petén central
Los vínculos de Tikal con la gran metrópolis de Teotihuacán son ahora admitidos por un creciente número de estudiosos. Las excavaciones desarrolladas por la Universidad de Pennsylvania en la acrópolis norte de Tikal, entre 1956 y 1970, arrojaron gran cantidad de evidencias de contacto cultural con el centro de México. Se ha llegado a saber, por ejemplo, que Tikal disfrutó de bienes de comercio procedentes de esta región distante, como la obsidiana verde de Pachuca, desde el siglo III d. C. Particularmente notoria resulta la cerámica de la fase Manik, que muestra el mismo tipo de influencias teotihuacanas que la fase Tzakol de Uaxactún y la fase Esperanza de Kaminaljuyú. También fueron encontradas numerosas tumbas de personajes de élite, repletas de vasijas que en ocasiones combinaban tradiciones y motivos mayas con otros del México central, aunque otras veces resultan indistinguibles de las producidas en Teotihuacán. Estas y otras excavaciones subsecuentes pusieron al descubierto cierto número de monumentos en los que aparecían retratos de personajes con atavíos y armas ajenos a la tradición maya, y muy similares a los del centro de México, como las estelas 31 y 32 de Tikal, y el enigmático «Marcador» del complejo arquitectónico Mundo Perdido. Si bien estas piezas contenían jeroglíficos, en los años ochenta no era posible penetrar cabalmente su significado. Una verdadera revolución en el desciframiento maya habría de cambiar esta situación. Así, hoy podemos echar un vistazo a uno de los episodios más fascinantes de toda la historia maya: el advenimiento del nuevo orden implantado por Teotihuacán en las tierras bajas.
De gran interés nos resulta el llamado Marcador, descubierto en el conjunto arquitectónico de Mundo Perdido, pues se trata de un disco o estandarte en todo similar a otro descubierto en el complejo de La Ventilla, en Teotihuacán. Consiste en un medallón o rosetón con una espiga que se empotraba en un agujero al centro del complejo 6C-XVI de la fase Manik 2 (de mediados del siglo IV), saturado de elementos fuertemente reminiscentes de la arquitectura teotihuacana, como sus múltiples fachadas estilo talud-tablero, sus pórticos o sus numerosos cuartos agrupados en torno a un patio central (grupos-patio). La única diferencia perceptible entre el Marcador y sus equivalentes del México central es que contiene jeroglíficos mayas. Su desciframiento nos narra una sucesión de eventos históricos. El más importante de ellos, la entronización en el año 374 de un personaje llamado ‘Búho Lanzadardos’ (Jatz’o’m Ku’), quien fue ungido con el más alto rango posible: el de Ochk’in Kalo’mte’, que denota según hemos visto una suerte de emperador o gobernante hegemónico asociado con el occidente. Extrañamente, el Marcador no conmemora el ascenso de Búho Lanzadardos al trono de Tikal, ni a ningún otro sitio maya que conozcamos. En cambio, parece asumir el poder de un enigmático lugar de Ho’no’m Witz ‘Cinco Montañas’. Sería difícil —prácticamente imposible— encontrar tal geografía montañosa en las forestadas planicies y bajos pantanosos que abundan en el Petén. ¿Dónde estuvo entonces Ho’no’m Witz, sede del gobierno de Búho Lanzadardos?
Múltiples evidencias indican que Jatz’o’m Ku’ fue un gobernante sumamente poderoso. Quizá en toda la Mesoamérica de su tiempo no hubo nadie que pudiese comparársele. Desde el año 2000, el prominente epigrafista David Stuart aventuró la hipótesis de que Búho Lanzadardos pudo haber sido el rey de Teotihuacán en persona. Lejos de diluirse, tal idea ha ido ganando terreno con el descubrimiento de nueva evidencia a su favor. Sólo como ejemplo, múltiples figurillas cerámicas encontradas en Teotihuacán y en regiones entonces subordinadas —como Azcapotzalco— muestran lo que bien podrían ser retratos de este personaje, entre cuyos atavíos aparece un medallón con su insignia. En ella se combinan los signos de la lechuza o tecolote (del nawatl, que significa ‘búho’) con el implemento que permite arrojar los dardos con gran fuerza y precisión —el átlatl— al extender al doble la longitud del antebrazo. Es posible que Búho Lanzadardos haya estado casado con una princesa maya —la señora Unen K’awiil— procedente de Tikal, cuyo nombre podría haber sido registrado en la Estela 1 de este sitio. De acuerdo con Stanley Guenter, esta mujer ostentó el título Unaahb’nal K’inich —exclusivo de la realeza de Tikal—y habría sido nieta de Unen B’ahlam (posiblemente una reina que gobernó Tikal hacia 317). De ser así, los detallados relatos de su esposa habrían hecho mucho por estimular la insaciable ambición de Búho Lanzadardos, preparando el terreno para que sus fieros guerreros y hábiles emisarios teotihuacanos pudiesen profundizar progresivamente en sus incursiones al interior del área maya, de forma no enteramente distinta al importante papel que habría de jugar más de mil cien años después la intérprete y consorte indígena de Hernán Cortés, doña Marina (mejor conocida como La Malinche), durante la Conquista de México-Tenochtitlan.
En el área maya sólo contamos con un posible retrato de Búho Lanzadardos, tallado cuatro siglos después de su época, aunque coincide plenamente con sus abundantes representaciones del México central. Aparece en uno de los dinteles de madera exquisitamente tallados que sostenían los umbrales de acceso al interior del Templo 1. Trae ceñido un imponente yelmo de mosaico de teselas de jade o turquesa, con anteojeras similares a las del dios teotihuacano Tlālok, y un barbiquejo que simula la mandíbula inferior de un saurio. Sostiene un escudo redondo y otro rectangular con flecos, mientras empuña una serie de dardos y probablemente un átlatl, arma favorita de los guerreros teotihuacanos. Más importante aún, la figura aparece sentada en un palanquín o trono, sobre un sitio con vegetación semiárida totalmente ajena a las selvas tropicales del Petén. ¿Vemos allí el auténtico «lugar de tulares», tal y como se describía la mítica ciudad de Tulan? A manera de confirmación, dos enormes serpientes de guerra teotihuacanas flotan sobre él, mientras otra más pequeña aparece bajo sus pies, alternando con motivos identificados como el signo maya de Puh, que alude precisamente a un lugar de tulares o un cañaveral, y que en otros contextos indica precisamente el toponímico de Tulan-Teotihuacán. Siguiendo a María Teresa Uriarte, incluso el Pórtico 2 de Tepantitla, en Teotihuacán, emplea numerosos glifos de Puh o Tulan para indicar que la escena de juego de pelota allí representada tuvo lugar dentro de la gran ciudad. Así, a la luz de la evidencia con que contamos, no resulta descabellado concebir —como empiezan a hacer algunos expertos— que el enigmático lugar de Cinco Montañas pueda corresponder a algunos de los prominentes cerros que rodean Teotihuacán —y que fueron armónicamente integrados en su arquitectura y urbanismo—, entre ellos el Cerro Gordo, hacia el norte, y el Cerro Cuajío hacia el sur. Al respecto, Karl Taube, Jesper Nielsen y otros han identificado numerosos nombres glíficos para distintas montañas, plasmados en distintos murales de Teotihuacán.
Llegados a este punto, la trama de nuestra historia nos exige introducir al resto de los protagonistas. Casi ochenta kilómetros al oeste de Tikal se encuentra el sitio de El Perú-Waka’, estratégicamente ubicado sobre el río San Juan, a sólo cinco kilómetros del río San Pedro, lo cual lo convierte en una vía de acceso natural para internarse en El Petén. Allí, el experto Stanley Guenter ha identificado la imagen de un lugarteniente o capitán militar del siglo IV, llamado Sihajiiy K’ahk’ (‘Nacido del Fuego’), quien es considerado el artífice de la instauración del nuevo orden teotihuacano en el mundo maya. Su retrato lo muestra en vista frontal, mientras sostiene con la diestra un cetro de poder o «dardo flamígero» con la efigie de un búho —símbolo del fuego dinástico traído de Teotihuacán—. Luce las insignias propias de su alto rango: una gran nariguera enjoyada y un tocado idéntico al de los incensarios tipo «teatro» teotihuacanos. Afortunadamente, además de este retrato, contamos con múltiples referencias textuales sobre Nacido del Fuego, y el cúmulo de ellas apunta de nuevo hacia el México central.
La Estela 15 de El Perú-Waka’ registra la llegada de Nacido del Fuego a este lugar el 6 de enero del 378. Parece establecer allí una alianza con el gobernante local K’inich B’ahlam I (Jaguar Resplandeciente) y juntos llevan a cabo algún tipo de ritual en un lugar que podría ser la Casa del Origen Dinástico (Wite’naah), donde se llevaban a cabo ceremonias de fuego vinculadas con el establecimiento de linajes. Tan sólo ocho días más tarde, en la fecha 11 Eb’ 15 Mak, Nacido del Fuego llega a Tikal. Este evento de vital importancia es referido mediante el verbo huliiy (‘él llegó’) en al menos cinco inscripciones del Petén, en Tikal (Estela 31 y Marcador), Uaxactún (Estelas 5 y 22) y La Sufricaya (Mural 7). El sitio cae de inmediato bajo control de Nacido del Fuego y, en los hechos, una nueva línea de sucesión —completamente ajena a la dinastía previa de Garra de Jaguar— usurpa el trono. Desconcertantemente, las inscripciones no hacen mención explícita a que haya habido una batalla de por medio. ¿Acaso la poderosa Tikal de Garra de Jaguar consideraba fútil oponer resistencia ante el poderío de Teotihuacán? Lo cierto es que los jeroglíficos de la Estela 31 se limitan a narrar en forma poética que Garra de Jaguar «entró» ese mismo día en las aguas primordiales del inframundo —una metáfora elegante para decir que murió, muy probablemente a manos de los invasores recién llegados—. Meses antes de ascender al poder, Yax Nu’un Ahiin llevó a cabo un ritual preparatorio en la Casa del Origen Dinástico, tras lo cual el texto de la Estela 4 nos narra que es designado como rey de Tikal en el año 379 por el propio Sihajiiy K’ahk’ (‘Nacido del Fuego’), o bien bajo su supervisión directa, cuando todavía era un niño, dentro de su primer k’atún —o primeras dos décadas— de vida. Los arqueólogos han tenido la fortuna de encontrar la tumba de Yax Nu’un Ahiin, el Entierro 10, donde su cuerpo fue rodeado de diez infantes sacrificados, un esqueleto de cocodrilo y cinco carapachos de tortuga —rasgos típicos del culto ancestral a Tlālok—, además de numerosas vasijas finamente decoradas en vivos colores con la efigie de esta y otras deidades del México central.
Sendos retratos de Yax Nu’un Ahiin en los costados de la Estela 31 de Tikal nos revelan a un joven fuertemente ataviado, a la usanza de un guerrero teotihuacano, con el yelmo de mosaico, el escudo cuadrado con flecos, el lanzadardos (átlatl), y otros atributos exclusivos del México central, incluyendo el espejo circular tetzkakwitlapili en la cadera, y un atado de colas de coyote —animal de hábitat semiárido, desconocido en el área maya—. Sin embargo, es legítimo preguntarnos: ¿cómo pudo hacerse con el trono de la gran Tikal un infante sin mayor experiencia en asuntos de gobierno? Su historia nos recuerda la del último emperador de China, Pu-Yi, quien ascendió al trono de la Ciudad Prohibida con tan sólo tres años de edad. Sin embargo, en el caso de Yax Nu’un Ahiin, el propio texto de la Estela 31 y de una vasija del Entierro 10 nos dan la clave de su inusitado poder: fue hijo de Jatz’o’m Ku’, es decir, del gran Búho Lanzadardos. Asombrosamente, esta vez un prominente glifo de Tulan (o Puh) aparece en el título de Búho Lanzadardos, relacionándole de nueva cuenta con Teotihuacán. Más aún, porciones del texto parecen escritas en una lengua «foránea», valiéndose de la versatilidad fonética del silabario maya para representar términos que muchos creen escritos en la lengua de Teotihuacán. Entre lo poco que ha podido sacarse en claro de allí —gracias a los aportes de Stuart y otros— aparece la palabra nawa para ‘joya’, escrita como Koska y vinculada con un trono de petate o estera, típico del altiplano central, mas no del área maya. A partir de ello se ha suscitado un intenso debate acerca de la posibilidad de que las élites de Teotihuacán hayan sido hablantes de alguna lengua nawa, el cual sólo se resolverá cuando contemos con más evidencias al respecto.
Así, el desciframiento de las inscripciones clave comienza a bosquejar un panorama histórico, según el cual Nacido del Fuego se habría mostrado como un eficaz lugarteniente u operador político y militar, capaz de forjar alianzas estratégicas en sitios como El Perú-Waka’ y de instalar a Yax Nu’un Ahiin en el trono de Tikal, siempre bajo las órdenes de Jatz’o’m Ku’ o Búho Lanzadardos, quien para entonces habría detentado el trono imperial de Teotihuacán. No obstante, ¿por qué Teotihuacán habría tenido un interés tan grande en hacerse del control de Tikal? Probablemente por las mismas razones estratégicas que llevaron a Hernán Cortés y Pedro de Alvarado —casi doce siglos después— a concluir que para hacerse con el control de Mesoamérica debían a toda costa someter primero a la ciudad de México-Tenochtitlan. La lógica militar dicta que en lugar de construir una nueva y costosa infraestructura que asegure el dominio territorial y político, resulta mucho más operativo valerse de los sistemas y mecanismos de control del enemigo derrotado, quien normalmente resulta ser la mayor potencia regional previamente existente. De ser cierta esta lógica, esperaríamos encontrar amplia evidencia de que —tras derrotar a Tikal— Teotihuacán habría comenzado a valerse de su infraestructura a fin de extender su dominio por el Petén. Precisamente esto es lo que parece ocurrir.
Al igual que en Tikal, las estelas 5 y 22 de Uaxactún registran la llegada de Nacido del Fuego. La primera de ellas retrata además a otro guerrero teotihuacano, con un tocado globular rematado en un ave del que cuelgan largas plumas. Con la mano izquierda sujeta un lanzadardos o átlatl, mientas con la diestra empuña un arma insólita en el área maya, propia del México central: la temible macana repleta de navajas de obsidiana llamada mak wawitl. Uaxactún se ubica en el corazón del Petén guatemalteco, tan sólo veinte kilómetros al norte de Tikal. Debe su nombre al connotado arqueólogo Sylvanus G. Morley, quien llegó allí en 1916 y puso su nombre al sitio, queriendo dar a entender —por mera aproximación— que había allí muchas «piedras» o estelas que databan del octavo (waxak) b’ak(tún). Diez años más tarde, la Institución Carnegie de Washington D. C. —a la que pertenecía Morley— comenzaría un ambicioso proyecto de excavaciones arqueológicas que, entre otros resultados, permitieron establecer la secuencia completa de desarrollo de los estilos cerámicos empleados en el sitio a través de su historia. Así, el período que llamamos Clásico temprano corresponde a la llamada «esfera Tzakol», cuando aparecen una gran cantidad de piezas con forma y decoración que remiten fuertemente a la cerámica teotihuacana. Entre las piezas que han llamado la atención se encuentran vasos cilíndricos con tapaderas y soportes trípodes, muy similares a los de la fase Xolalpan del centro de México. Si bien la mayoría fueron imitaciones producidas localmente en la región de Uaxactún, una cantidad significativa podrían haber sido importados del México central.
También cerca de Tikal se encuentra el pequeño sitio periférico de Bejucal. Allí existe una estela que registra la instalación de un nuevo gobernante en el poder alrededor del año 381 por obra de Nacido del Fuego. Unos treinta y cinco kilómetros al este de Tikal está el sitio de Yaxhá, en la orilla de una laguna cuya agua (ha’) de color azul intenso (yax) le da su nombre al sitio. La Estela 11 de Yaxhá muestra un guerrero teotihuacano en vista frontal. Directamente al norte de Yaxhá, a cincuenta kilómetros, se encuentra el sitio de Río Azul, también en Guatemala. Allí las evidencias de una presencia teotihuacana durante el Clásico temprano son más acusadas. La Estela 1 de Río Azul data del año 396. En ella se registra que el sitio cayó bajo el dominio de Sihajiiy K’ahk’ o Nacido del Fuego. También en un par de magníficas orejeras de jade procedentes de la región de Río Azul quedó registrado un breve texto en el cual un gobernante de este sitio clama su sujeción a la órbita política de Jatz’o’m Ku’, es decir, de Búho Lanzadardos, rey de Teotihuacán.
Veinticuatro kilómetros al este de Tikal se encuentra la gran plaza de Holmul, en el Petén. La Sufricaya es considerada un emplazamiento «satélite» de Holmul. Sin embargo, contiene piezas cruciales del rompecabezas que nos permite hablar del nuevo orden de Teotihuacán. El nombre de Nacido del Fuego aparece en la Estela 6 de La Sufricaya, asociado a una fecha entre el 377 y el 387. Adicionalmente, dos murales de La Sufricaya —el 1 y el 7— muestran una serie de guerreros teotihuacanos enmarcados por líneas rojas, de pie o sentados con los atavíos y armas predilectos de Teotihuacán, incluyendo el átlatl, así como una procesión de figuras mayas que llevan regalos u ofrendas a personajes vestidos a la usanza del México central. Esta última escena recuerda fuertemente a otra, plasmada en una vasija descubierta en el complejo 6C-XVI de Tikal —el mismo donde se encontró el Marcador— que parece representar en forma idealizada el avance de contingentes teotihuacanos fuertemente armados, seguidos de quienes parecen comerciantes o nobles, desde su ciudad repleta de arquitectura talud-tablero al área maya. En el Mural 7 hay además una referencia a la misma fecha 11 Eb’ 16 Mak registrada en Tikal y Uaxactún (378 d. C.), asociada explícitamente con la llegada de Nacido del Fuego, quien es referido mediante su título habitual de Ochk’in K’awiil (Dios Relámpago del Oeste), que alude a su origen en el poniente.
Más interesante aún resulta el Mural 6, pues fue inmortalizada allí una reunión entre dos personajes. Uno de ellos muestra rasgos foráneos, tiene el cuerpo pintado de negro y aparece sentado sobre un templo con arquitectura talud-tablero. Sostiene en su mano una antorcha que extiende hacia la segunda figura, representada con un estilo típicamente maya, en el acto de ascender al mismo templo. Un rastro de huellas —que implican un viaje a larga distancia— conectan al segundo personaje con una procesión de figuras de rasgos mayas, similares a los suyos. Parecería que estamos aquí ante la evidencia de un ritual de «toma de posesión» celebrado en Teotihuacán. Antes de participar en tales ceremonias, los aspirantes a gobernar una capital —en el área maya u otras partes de Mesoamérica— debían emprender largas peregrinaciones, en ocasiones de meses de duración, hasta una ciudad primordial, sede del supremo poder dinástico panregional —como lo fue Tulan-Teotihuacán para esta época, y como posteriormente lo serían otras versiones más tardías de la mítica Tulan original: Tula Xicocotitlán, Cacaxtla, Xochicalco, Tajín, Chichén Itzá y Uxmal—. Un ejemplo tardío serían los líderes del pueblo Kaq’chikeel, quienes tras un largo peregrinar a la región Poqomchi’ —al noreste de los Altos de Guatemala— consiguen la bendición del poderoso señor Nakxit, cuya autoridad les confiere legitimidad y poder suficientes para regresar como reyes heroicos ante su propia comunidad.
De esta forma, la evidencia de un control teotihuacano sobre el área maya, lejos de restringirse a Tikal y Uaxactún, en el Petén central, parece seguir un patrón que nos da una idea sobre cómo pudo esta metrópoli extender su dominio hacia otras regiones. Para que contingentes teotihuacanos relativamente numerosos pudiesen penetrar con efectividad al área maya, tuvieron que hacerlo por una o varias rutas ventajosas —y debieron dejarnos allí huellas de su paso—. Sabemos que Nacido del Fuego llegó a adquirir el control de sitios periféricos de Tikal, como Bejucal y posiblemente El Zotz’. Más al oeste, es sabido que entabló una alianza con el sitio de El Perú, aunque es menos conocida la influencia que pudo ejercer Teotihuacán en sitios tan al occidente como Palenque y Piedras Negras. Se ha planteado que la forma más obvia para que Nacido del Fuego y sus huestes alcanzaran el Petén habría sido a través de un corredor que iría desde la sede de Teotihuacán —en el actual estado de México— a través de porciones de Hidalgo y Puebla, desde donde les sería relativamente fácil acceder en paso franco hacia las costas del golfo de México, a través de Veracruz y Tabasco —según se aprecia en sitios como Matacapan, en la región de los Tuxtlas, donde parece haber existido un enclave teotihuacano—. Una vez allí podrían valerse de los múltiples sistemas fluviales interconectados que desembocan en el área en torno a la laguna de Catazajá, a tan sólo veinticinco kilómetros de Palenque.