Los Mayas

Tikal contra Calakmul: la batalla final

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La historia universal está repleta de grandes batallas que han cobrado fama inmortal —Príamo contra Agamenón en la semi-mítica guerra de Troya narrada por Homero; Maratón y las Termópilas, Alejandro Magno contra Darío en Issos; la batalla medieval de Hastings; Massachusetts (1775); Waterloo (1815), Stalingrado (1942)—. A ellas habría que añadir ahora la batalla protagonizada por Jasaw Chan K’awiil de Tikal contra Yuhkno’m Yich’aak K’ahk’ Garra de Jaguar de Calakmul, acaecida el 5 de agosto de 695. Dos de los mayores ejércitos aborígenes de la América precolombina marcharon entonces hacia una confrontación de proporciones épicas. Imaginemos por un momento, bajo el sol abrasador de la selva tropical, aquellas interminables hileras, conformadas por los más fieros guerreros, con sus largas lanzas rematadas en afilados pedernales y ominosos escudos recubiertos con los grotescos rostros de los dioses de la muerte, de inhumanos ojos de serpiente que debieron helar la sangre. Por un lado, las falanges de Jasaw Chan K’awiil, esta vez fuertemente adiestradas para evitar sorpresas. En el bando contrario, el inmenso ejército de Calakmul —reforzado por fuerzas aliadas de la señora Wak Chan Lem de Naranjo y otros de sus vasallos— bajo el mando del rey serpiente en persona, quien, ávido de emular la inmensa gloria de su predecesor Yuhkno’m el Grande, parece haber acudido a la batalla a bordo de un monstruoso palanquín-litera con la efigie de un gigantesco jaguar llamado Yajaw Maan, bestia de guerra de su ciudad y símbolo de los poderes sobrenaturales en los que Calakmul basaba sus victorias militares de antaño y sus esperanzas presentes.

El Templo II de Tikal, Guatemala, en la acrópolis central. Posiblemente fue dedicado por Jasaw Chan K’awiil para su esposa Ix Lachan Unen Mo’, aunque sería su hijo Yik’in Chan K’awiil quien concluiría su construccion. Dibujo de reconstrucción de Tatiana Proskouriakoff.

Esta vez, el desenlace habría de ser diferente. Ni siquiera la ayuda ultraterrena del temible Yajaw Maan sería suficiente para evitar que la balanza se inclinara en favor del odiado enemigo ancestral de su linaje, pues el destino quiso otorgar a Jasaw Chan K’awiil y su avasallador ejército de Tikal una de las más gloriosas victorias de toda su larga historia. Así, tras siglos de hilvanar una conquista tras otra, en pos de la supremacía total, los planes de los reyes de la serpiente de Kaanu’ul por alzarse como el único imperio de las tierras bajas mayas llegaban a un trágico final.

Sin duda los principales capitanes de guerra y aliados de Garra de Jaguar fueron muertos o capturados entonces por las fuerzas de Tikal. Sabemos también que al menos uno de ellos procedía de Naranjo y estaba bajo las órdenes de la reina Wak Chan Lem, pues ostentaba el título de origen Aj Sa’alil, exclusivo de esta ciudad. El propio rey de Calakmul parece haber evitado su muerte en la batalla, pues ciertamente recibiría un entierro posterior, digno de un rey, en el interior de la gigantesca pirámide desde donde solía admirar el horizonte: la Estructura 2.

En el lado opuesto de la fortuna, el triunfo de Jasaw Chan K’awiil fue completo. Su enemigo ancestral había sido prácticamente aniquilado. Inmediatamente ordenó la organización de toda suerte de celebraciones, incluyendo una serie de monumentos conmemorativos. Trece días después de la victoria, incontables cautivos enemigos parecen haber sido sacrificados, aunque el clímax de tales festividades llegó el 14 de septiembre, una fecha cuidadosamente escogida para coincidir de nueva cuenta con la entronización del legendario rey Búho Lanzadardos —al igual que había hecho en su propia entronización—, artífice del nuevo orden teotihuacano en el que Tikal jugó un rol protagónico, como el que ahora Jasaw Chan K’awiil buscaba a toda costa recuperar para su ciudad. De entre estos monumentos, destacan los dinteles de madera de chicozapote extraordinariamente tallados que el rey mandó colocar en lo alto del Templo I, que se yergue majestuosamente a cuarenta y cinco metros de altura como una verdadera joya de la arquitectura maya.

En el primer dintel, Jasaw Chan K’awiil se mandó retratar en procesión triunfal, a bordo de una litera tipo palanquín, bajo la sombra protectora de la gigantesca efigie de un jaguar sobrenatural, erguido a sus espaldas, con garras y colmillos en actitud amenazante —posiblemente el propio dios de la guerra de Calakmul capturado, o bien un espíritu protector propio de Tikal—. El texto que acompaña la escena narra cómo «los escudos y pedernales de Yich’aak K’ahk’ fueron abatidos», una metáfora que alude al ejército del enemigo, al tiempo que enfatiza la captura de la bestia de guerra Yajaw Maan, es decir, el palanquín sagrado del rey de Calakmul, lo que en efecto equivalía a arrebatarle al enemigo su capacidad bélica, privándole de las bases sobrenaturales en que cimentaba su fortaleza militar. Por su parte, el segundo dintel muestra una escena muy similar, aunque extrapolada hacia un pasado mítico, que se remonta al tiempo ancestral de la fabulosa Tulan-Teotihuacán, donde vemos a Jatz’om Ku’ —o bien al propio Jasaw Chan K’awiil personificándolo metafóricamente— armado de su lanzadera tipo átlatl y ataviado con su yelmo de mosaico ko’haw, sobre un idílico paisaje semiárido de cactáceas, propio del México central. Esta vez se yergue amenazante detrás de él en actitud protectora la monstruosa serpiente de guerra teotihuacana. Tales fueron los símbolos de un poder ancestral, que para entonces, tras la caída de Teotihuacán, habían pasado ya a formar parte de una memoria colectiva legendaria —símbolo de la gloria perdida de antaño, ahora recobrada— con la cual el triunfante rey de Tikal buscaba a toda costa vincularse a sí mismo, a su linaje de Mutu’ul y a su gran ciudad en el corazón del Petén que, cual ave Fénix, era capaz de renacer de sus propias cenizas.

Aunque el malherido enemigo de Tikal todavía no estaba muerto del todo, y la serie de conflictos —que ya parecía interminable para ambos bandos— tendría todavía un último colofón. Un nuevo rey del linaje de la serpiente habría de asumir el trono de Calakmul, e intentaría aún guiar a su ciudad hacia un resurgimiento. Su nombre tuvo fuertes connotaciones bélicas, un reflejo quizá de la crudeza de aquellos tiempos difíciles: Yuhkno’m Took’ K’awiil (‘Dios Relámpago que Sacude los Pedernales’). Múltiples retratos lo muestran como un hombre fornido, de abundante cabellera rizada. Portador del título de «tercero en la línea de K’awiil», buscaba con ello enfatizar su descendencia directa de la línea dinástica de Yuhkno’m el Grande. Se impuso la difícil tarea de restaurar el dañado prestigio de Calakmul, mientras trataba de mantener a raya el poderío militar de Tikal. Para tal fin emprendió ambiciosos proyectos arquitectónicos y programas escultóricos, no reparando en costos para erigir al menos siete estelas con las que celebraría el final de período 9.13.10.0.0 (26 de enero de 702). Así, Yuhkno’m Took’ K’awiil se esforzaría en mantener viva la herencia y la vasta red política duramente construida por sus ilustres predecesores, Yuhkno’m el Grande y Garra de Jaguar. En este sentido, pese a que la gloria de los reyes de Kaanu’ul había perdido gran parte de su lustre tras la estrepitosa derrota de este último, Yuhkno’m Took’ K’awiil es mencionado en textos de Dos Pilas en 702, al tiempo que supervisa la entronización del sucesor de K’inich B’ahlam en El Perú. También parece haber seguido gozando de la lealtad de K’ahk’ Tiliw Chank Chaahk en Naranjo, al menos hasta 711.

La beligerante reina de este último sitio, Wak Chan Lem, que no era ya joven, también había recibido un fuerte golpe a su desbordante confianza en su capacidad militar, tras la fuerte sacudida que propinó Tikal a su propio ejército y la debacle de su principal aliado Calakmul. Ella y su presunto hijo K’ahk’ Tiliw Chan Chaahk enfocaban ahora sus aventuras militares en presas de envergadura más modesta. En 697 incendia un sitio desconocido, quizá llamado Mok, y un año después hace lo propio con otro de nombre aún más oscuro —designado por un glifo no descifrado en forma de cráneo—. Sin embargo, aun estas exiguas victorias debieron representar oxígeno fresco para Wak Chan Lem, pues al año siguiente arremetió de nuevo contra K’inchil y lo dejó arder en llamas, tal y como había hecho cuatro años atrás. Poco después, en 698, había recuperado la suficiente confianza como para atacar la ciudad considerablemente mayor de Ucanal —antiguamente llamado K’anwitznal—, donde logra capturar al rey local Kohkaaj B’ahlam. Con ello, delataría una nueva estrategia de expansión hacia el sur, que quizá pretendía evitar entrometerse más de la cuenta en los intereses estratégicos de Tikal, cuya propia esfera de influencia crecía cada vez más, comenzando a alcanzar regiones cercanas al traspatio occidental de Naranjo.

En efecto, Tikal aprovechó su victoria sobre Calakmul para ganar terreno y extender su influencia hacia el norte. En el Altar 5 de la ciudad se muestra un ritual donde los huesos de la señora Tuun Kaywak —al parecer procedente de Topoxté, aunque reverenciada en Tikal como una figura ancestral— son exhumados por Jasaw Chan K’awiil en compañía de un señor de Masu’ul —que quizá corresponda al actual yacimiento arqueológico de Naachtún, tradicionalmente bajo el área de influencia de Calakmul. Sin embargo, al intentar extender su influencia de forma análoga hacia el sur, Jasaw Chan K’awiil pronto se toparía con la férrea resistencia impuesta por Dos Pilas, en 705. Allí, tras la muerte y subsecuente entierro de B’ajlaj Chan K’awiil —ocurrido en algún momento entre 692 y 697— sus hijos habían tomado el poder. En primera instancia el mayor de ellos, quizá llamado Kohkaaj B’ahlam —homónimo del rey de Ucanal mencionado anteriormente—, fruto de la unión de su padre con su segunda esposa, la señora de Itzán. La sed de venganza de Kohkaaj B’ahlam contra Tikal se remontaba hasta las difíciles circunstancias de su nacimiento, precisamente durante el período en que su padre libraba cruentas batallas contra Tikal, por lo cual vio la luz por primera vez lejos de su hogar, desde el exilio, posiblemente en la región de Hix Witz (‘Montaña-Jaguar’) —que además de Pajaral incluyó a Zapote Bobal y La Joyanca—, o bien en el propio Calakmul. Sin embargo, para 705 Kohkaaj B’ahlam se había convertido ahora en un formidable rey guerrero de veinticinco años. Valiéndose de la ayuda de su lugarteniente principal Ucha’an K’in B’ahlam —quien eventualmente haría los méritos suficientes para acceder al trono veinte años después—, logran la proeza de capturar a uno de los señores de Tikal, aunque las victorias de este tipo se restringían a un ámbito relativamente local, sin gran trascendencia dentro del gran teatro de los acontecimientos.

Tikal, Guatemala. Altar 5. Dibujo de Linda Schele.

En Naranjo, el rey infantil de antaño, K’ahk’ Tiliw Chan Chaahk, se había convertido ya en un adulto joven, capaz de decidir por cuenta propia. Como prueba de ello, decide organizar una andanada de ataques contra sus enemigos en el Petén, que sin duda brindaron motivos de orgullo a su mentora en las artes bélicas —seguramente su madre—, Wak Chan Lem, pues logró encadenar una serie de cuatro victorias, que comienzan con la invasión de la desconocida ciudad de Yootz’ en 706; algo después, en 710, incursionaría peligrosamente en áreas tradicionalmente afines a Tikal, al irrumpir con lujo de violencia en Yaxha’ —a orillas del lago del mismo nombre, dieciocho kilómetros al oeste de Naranjo—. El texto de la Estela 23 de Naranjo nos narra lo que ocurrió al calor de aquella intensa batalla: Yaxha’ fue incendiada y su gobernante sacrificado. No contento con ello, K’ahk’ Tiliw Chan Chaahk llegó al extremo de profanar la tumba de uno de los reyes enemigos, fallecido poco tiempo atrás —Yax B’alu’n Chaahk—. Lo que siguió resulta peor aún, pues esparciría los huesos así exhumados en lo que parece haber sido la isla local de Topoxte’. El propósito de ambos ataques pronto sería aparente, pues en 712 K’ahk’ Tiliw Chan Chaahk instalaría dos gobernantes bajo su supervisión directa, tanto en Ucanal como posiblemente en Yootz’. Cuatro años más tarde incendiaría el sitio de Sakha’ —al parecer no muy lejos de Yaxha’— y remata sus victoriosas campañas en 716, cuando incendia un sitio cuyo nombre no ha podido ser descifrado.

Observar tal acumulación de victorias por parte de su rival en Naranjo, desde su trono en la majestuosa Tikal, sin duda debió incomodar a Jasaw Chan K’awiil, aunque daba la impresión de permanecer impasible ante ello, y continuaría ocupándose de sus propios asuntos, guiando su ciudad hacia niveles de prosperidad no vistos en siglos. Como muestra están los múltiples proyectos urbanísticos que emprendió, incluyendo la construcción del Templo 2, además de una nueva cancha para la práctica del juego de pelota, con rasgos estilísticos reminiscentes de Teotihuacán. Más aún, mandó erigir tres complejos de pirámides gemelas, construidos sucesivamente para conmemorar otros tantos finales de k’atun, ocurridos en las fechas de 9.13.0.0.0; 9.14.0.0.0 y 9.15.0.0.0 (692, 711 y 731 d. C.). También se ocuparía con los preparativos de lo que habría de convertirse en su cripta funeraria, dentro del corazón del imponente Templo I.

Sin embargo, el más persistente y peligroso de todos los rivales de Tikal no estaba liquidado aún. En Calakmul, la confianza de Yuhkno’m Took’ K’awiil crecía en proporciones difíciles de tolerar. Para la siguiente celebración de mitad de k’atun, ocurrida en 9.14.10.0.0 (13 de octubre de 721), mandó erigir probablemente siete monumentos, entre los que se cuenta la Estela 8, donde hace un recuento de la gloria temprana de su linaje, remontándose para ello hasta fechas que datan de 593. Más aún, algunos meses antes, Yuhkno’m Took’ K’awiil había tomado acciones encaminadas a reforzar la influencia de Kaanu’ul en el Petén central, valiéndose para ello de su incondicional aliado de La Corona-Saknikte’, gobernado entonces por el rey Yajawte’ K’inich. Pocos meses antes, en abril de 721, los textos glíficos de este sitio nos narran otra «llegada al centro de Saknikte’»: esta vez la propia hija de Yuhkno’m Took’ K’awiil, enviada ex profeso para sellar su alianza con Yajawte’ K’inich. De forma notable, se atribuye a la Señora Ti’ el título de máxima jerarquía —ixkalo’mte’—, que en la práctica denotaba un poder comparable al de una emperatriz a nivel regional.

Ese mismo año, vientos de cambio comenzaban a soplar en las tierras bajas del norte, donde la situación parece haberse tornado de volatilidad extrema. Un nuevo gobernante asciende al trono de Edzná —tal vez llamado Chan Chuwaaj—y posteriormente lucha tenazmente contra enemigos desconocidos procedentes de Chanpeten —posiblemente «extranjeros» de origen maya-chontal, procedentes de la región ubicada entre Laguna de Términos y Champotón, en los actuales estados mexicanos de Tabasco y Chiapas. Si bien las primeras batallas parecen haber favorecido a Edzná, a juzgar por los retratos triunfantes de su rey sobre enemigos capturados, tal vez acabaría por perder una guerra de mayores consecuencias, pues los registros escritos del sitio parecen enmudecer durante los setenta años siguientes —o quizá simplemente aguarden aún ser descubiertos—, entre otros ominosos síntomas que normalmente coinciden con las huellas que dejaría una devastadora invasión enemiga.

De esta manera, con tantas piezas sobre el tablero aguardando urgentemente su resolución, la muerte del gran Jasaw Chan K’awiil pondría fin a su largo reinado en Tikal. Los honores fúnebres que le confirieron entonces fueron propios de un héroe, y en su tumba —referida como Entierro 116 por los arqueólogos— sería descubierto después un asombroso ajuar, que incluía grandes cantidades de cuentas de jade pulido, vasijas policromas bellamente decoradas, espejos de pirita, pieles de jaguar, perlas y conchas marinas y no menos de treinta y siete huesos incisos con finas líneas remarcadas con el rojo intenso del cinabrio, donde se dibujan escenas de la mitología —el dios de la lluvia Chaahk pescando, o los dioses remeros llevando en su canoa al difunto dios del maíz a través de las aguas primigenias del inframundo—. Estos huesos también registran la muerte de varios reyes, incluyendo la de Kohkaaj K’awiil de Dos Pilas —hijo de B’ajlaj Chan K’awiil— en 726, aunque sin otorgarle el título de «señor sagrado de Mutu’ul», cuyo uso y exclusividad seguían todavía bajo una férrea disputa.

Tras la muerte de Kohkaaj K’awiil en Dos Pilas, habría de sucederle Ucha’an K’in B’ahlam, quien se entronizaría un año más tarde. Su elección no estuvo basada en presuntos vínculos sanguíneos con la élite gobernante —pues no parece haber tenido ninguno— sino en sus innegables dotes militares. Recordemos que había sido el artífice de la victoria contra Tikal de 705 y, de cualquier forma, el legítimo heredero de Kohkaaj K’awiil —llamado K’awiil Chan K’inich— era apenas un niño, mientras que los graves problemas que enfrentaba Dos Pilas requerían urgentemente un líder experimentado en el combate. No obstante, Ucha’an K’in B’ahlam parece haberse preocupado desde el principio de su gestión por preparar el camino para la llegada del legítimo heredero, K’awiil Chan K’inich. Así, el Panel 19 de Dos Pilas nos muestra una exuberante escena, donde Ucha’an K’in B’ahlam preside el ritual de «primer sangrado» de un K’awiil Chan K’inich en edad infantil, quien es auxiliado por un sacerdote para perforar sus genitales con un punzón de hueso, a fin de extraer el vital líquido que debía ser ofrendado a las deidades patronas del sitio. Otros participantes en la ceremonia incluyen a una princesa de la dinastía real de Cancuén, radicada en Dos Pilas —posiblemente la esposa del fallecido Kohkaaj K’awiil y madre de K’awiil Chan K’inich—, mientras que detrás del futuro gobernante observa vigilante alguien referido como su «tutor» o «guardián», identificado como un personaje de Kaanu’ul, es decir, un emisario encargado de velar por los intereses del rey serpiente Yuhkno’m Took’ K’awiil, quien todavía recurría a tales estratagemas para mantener en funcionamiento los engranajes de la maquinaria política que heredó de sus predecesores, y que la derrota de 695 ante Tikal había puesto al borde de un colapso inminente.

La fuerte necesidad que tenía Yuhkno’m Took’ K’awiil de reafirmar la gloria de Kaanu’ul lo llevaría esta vez a niveles extravagantes. Para la celebración del final de k’atun en 9.15.0.0.0 (22 de agosto de 731), incluso mandaría importar piedra de alta calidad para esculpir su siguiente serie de monumentos —enormes bloques transportados desde grandes distancias por una paradójica civilización que evitaba usar el transporte a rueda y carecía de bestias de carga— y conseguiría hacerse con los servicios de los mejores artistas de su tiempo: los K’uhul Chatahn Winiko’ob’, personas divinas de Chatahn —quizá súbditos suyos para entonces—, quienes plasmaron sus cotizadas firmas glíficas en piedra, gracias a las cuales llegaron hasta nuestro tiempo algunos de sus nombres, como el del innovador Sak Muwaan, cuyo virtuosismo y genialidad lo elevan a la altura de un Leonardo o Miguel Ángel de su tiempo.

Yuhkno’m Took’ K’awiil. El último de los grandes reyes de serpiente Kaanu’ul en Calakmul (743 d. C.). Retrato en la Estela 51 (731 d. C.) elaborado por el virtuoso escultor Sak Muwaan. Sala Maya del Museo Nacional de Antropología, México. Fotografía de Thelmadatter.

La amplia confianza depositada en Ucha’an K’in B’ahlam para hacerlo rey de Dos Pilas —pese a no pertenecer a la dinastía gobernante— se vio ampliamente justificada, cuando en el 735 lograría guiar a su ejército hacia la victoria sobre la ciudad de Seibal, situada sobre los márgenes del río de La Pasión, veintitrés kilómetros al oeste. Para conmemorar esta gran victoria, mandó esculpir dos estelas de piedra muy similares, una en su capital de Dos Pilas, y la otra en Aguateca, que le muestran triunfante sobre el rey enemigo capturado —Yihch’aak B’ahlam— en un imponente atavío de guerrero teotihuacano, completo con el símbolo calendárico del trapecio y el rayo en el tocado complementado por una máscara con la deidad mariposa del México central —frecuentemente confundida con Tlālok— ingeniosamente «transparentada» por sus virtuosos escultores, a fin de permitir ver tras ella el rostro cubierto de Ucha’an K’in B’ahlam. Fiel a su visión estratégica, este militar pronto comenzaría a transferir parte de sus poderes a Aguateca, un sitio más fácil de defender ante eventuales ataques.

Cuando regresó a Tikal, poco antes de su muerte, Jasaw Chan K’awiil había preparado el camino para que su hijo —fruto de su unión con la reina Lachan Unen Mo’— asumiera el trono. Su voluntad se cumpliría en 734, cuando Yihk’in Chan K’awiil se convirtió en el vigésimo séptimo rey de Mutu’ul. No bien tomó el poder, se dio a la tarea de completar la ambiciosa tumba que su padre había comenzado, dotándole con ello de gloria inmensa. Después continuaría enfatizando los vínculos con la legendaria Teotihuacán, al tiempo que renovó la mayoría de los edificios de la Acrópolis central, además de las kilométricas calzadas o «caminos blancos» (sakb’iho’ob’) que unían los principales conjuntos arquitectónicos de esta portentosa ciudad.

Una vez que logró establecer una base sólida de autoridad, no tardaría en dejar claro que tenía también otras prioridades, principalmente la de preparar sus fuerzas para resolver definitivamente un asunto que su padre había dejado pendiente: acabar al fin con la dinastía de la serpiente. Así, en algún momento previo al 736 sucedió lo inevitable. Yuhkno’m Took’ K’awiil debió de ser un valeroso oponente al frente de sus tropas, pero la lucha resultó desigual. Con su ejército de Tikal-Mutu’ul en plena forma, Yihk’in Chan K’awiil sabía que para entonces Calakmul distaba mucho de poseer el músculo militar y la cantidad de aliados incondicionales que tuvo en su anterior época dorada de esplendor. La suerte estaba echada: Mutu’ul derrotaría a Kaanu’ul en la batalla final. Esta vez, Yihk’in Chan K’awiil sería implacable y no cometería el error de dejar con vida a su antiguo rival —o lo que quedaba de el—. Todo indica que logró capturar al rey serpiente en persona —tal y como hiciera el altivo Aquiles con el caído Héctor en los versos inmortales de Homero—, y no mostraría la menor compasión o consideración al rango de Yuhkno’m Took’ K’awiil, a quien humilla públicamente, retratándolo atado y con la postura descompuesta en un monumento en forma de disco —el Altar 9— tras lo cual todo indica que debió sacrificarlo en algún elaborado ritual.

Retrato del gran rey de Tikal Yihk’in Chan K’awiil (743 d. C.), obra maestra de la talla en madera. Dintel 3 del Templo 4. Fotografía de Hillel S. Burger.

Esta vez la derrota de los reyes de la serpiente fue completa, pues no vuelven a ser mencionados jamás en Calakmul de manera directa. Ninguno de los monumentos producidos allí tras esta fecha aciaga ostentarían los distintivos emblemas de la serpiente de Kaanu’ul. Tras su derrota ante Tikal, la ciudad había quedado vulnerablemente expuesta. Tal coyuntura es aprovechada por los señores del enigmático linaje del murciélago para regresar. Donde quiera que hayan ido durante el auge de Yuhkno’m el Grande y sus sucesores, supieron aprovechar el vacío de poder resultante para recuperar el control que alguna vez tuvieron sobre esta gran ciudad, reclamando sus derechos como legítimos ocupantes ancestrales de esta zona, a diferencia de la intrusiva dinastía de la serpiente, cuya presencia allí tuvo más los visos de una ocupación por vía de la fuerza. Por su parte, en el corazón del Petén, tocaría entonces a Tikal vivir su hora de gloria, y durante el resto del reinado de Yihk’in Chan K’awiil ciertamente asumiría un rol de liderazgo —duramente ganado a fuego y sangre—. Aunque la inmensa gloria que sus hazañas —y las de su padre antes que él— habían devuelto a Tikal se iría junto con ellos, pues ninguna de las siguientes generaciones de reyes de Mutu’ul sería capaz de elevar la ciudad a alturas similares.

Si algo podemos sacar en claro entonces, es que tras la debacle de Kaanu’ul, toda la vasta red hegemónica construida por sus más grandes reyes se resquebrajaría aceleradamente, provocando un verdadero efecto dominó que haría temblar los cimientos mismos del poder emanado de los otrora todopoderosos «reyes divinos» k’uhul ajawo’ob’. Llegaría entonces un período de fuertes cambios en la mayor parte de las tierras bajas centrales.

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