Los Mayas

Mitología de origen en la región occidental

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Fijemos por un momento nuestra mirada en la ciudad de Lakamha’, nombre con el que fueron conocidas en su tiempo las portentosas ruinas que hoy llamamos Palenque —término muy posterior y de clara filiación castellana—. Los orígenes míticos del glorioso linaje de B’aaka’al que allí gobernó se pierden en la noche de los tiempos. Sus textos refieren sucesos cósmicos ocurridos más de ochocientos mil años atrás, donde intervienen poderosas deidades, incluyendo a la propia diosa lunar Ix Uh; un gigantesco ciempiés de blanquecino caparazón (Sak B’aah Naah Chapaht), símbolo que parece representar uno de los ejes visibles del firmamento nocturno; así como el dios —o conjunto de dioses— referido como B’alu’n Yokte’ K’uh (de los nueve pilares o soportes), quien adquiriría celebridad debido a la profecía sobre su inminente regreso, situado justo durante nuestra época moderna, según narra un texto jeroglífico del reino de Tortuguero, cuya historia se entrecruza con la de Palenque, según veremos más adelante. Mientras tanto, una tradición registrada en el Altar 1 de Piedras Negras señala una fecha de 19.8.19.0.4.16 (17 de febrero de 4710 a. C.) como el origen de la gloriosa dinastía de Yokib’, a la cual pertenecieron sus más grandes reyes.

Códice de Dresde, página 74. Muestra una escena asociada al Diluvio que habría arrasado la última creación del cosmos. En el extremo superior, el enorme Lagarto-Venado celestial vierte torrentes de agua de sus fauces, al tiempo que la anciana diosa O Chak Chel invierte su jícara inagotable para causar la lluvia. En el mito, el dios jaguar del inframundo (dios L), armado de lanzas, es el responsable de matar al lagarto —en ciertas versiones decapitándole—. Dibujo de Paul Schoenmakers.

De nuevo en Palenque, en un magnífico trono descubierto en el Templo XIX fue plasmado con singular claridad y detalle un evento de importancia trascendental —acorde con las principales tradiciones de Mesoamérica—. De acuerdo con David Stuart, a quien debemos su desciframiento, se trata de un gran diluvio, que habría arrasado con la creación previa del cosmos, en una fecha 19.12.10.12.14.18 1 Etz’nab’ 6 Yaxk’in (18 de febrero de 3298 a. C.). Todo ocurrió cuando la deidad ancestral GI decapitó a un lagarto cósmico —quizá una alegoría para representar al eje de la eclíptica en forma personificada—. Los torrentes de sangre —o agua, según otra versión— que brotaron de su cuerpo, cuya descomunal escala rebasa la imaginación, habrían inundado el mundo. Del mismo diluvio se harían eco después tradiciones mesoamericanas tan diversas como las que reflejan la portentosa Piedra del Sol, creada por el imperio mexica —o «azteca»— del período Posclásico tardío, o bien la obra cumbre del Popol Wuj descubierto en las tierras altas de Guatemala, en ambos casos, muchos siglos después de que Palenque fuera abandonada. La imagen más vívida plasmada sobre este catastrófico suceso fue plasmada en la página 74 del Códice de Dresde.

Después, correspondió a un rey legendario de Yokib’ supervisar la celebración del final de período ocurrido en la Fecha Era —momento de la Creación del cosmos actual— en 13.0.0.0.0 4 Ajaw 8 Kumk’u (13 de agosto de 3113 a. C.). La misma fecha fue consignada en el Monumento 151 de Toniná, por órdenes de los reyes del linaje de Po’, en asociación con enigmáticos eventos ocurridos en una montaña sagrada, referida como Sinan Witz. Existen también dentro de las narrativas de Palenque múltiples alusiones a la misma fecha de creación, sin embargo, por alguna razón, el énfasis que se les otorga es secundario, en comparación con otros eventos cósmicos, vinculados con su tríada de dioses «patronos» —aspectos de deidades del maíz, el relámpago y el sol nocturno —. Ante las dificultades para descifrar sus nombres, Heinrich Berlin los denominó simplemente GI, GII y GIII. Incluso antes de la Fecha Era, en 3121 a. C., las inscripciones de Palenque registran el nacimiento de una entidad progenitora —masculina, femenina o asexuada—que dio a luz a la tríada de dioses, relacionada con un aspecto del dios del maíz y referida como Nal Ixi’m Muwaan Mat. Ello ocurrió en un lugar mítico de origen llamado Matwiil, cuya geografía buscaría luego ser recreada en la arquitectura del emplazamiento que se convertiría en Palenque-Lakamha’, tal y como lo conocemos hoy.

En 3309 asciende al trono mitológico del poder la forma ancestral del dios GI —GI el viejo— bajo la supervisión del dios D, Yax Naah Itzam Kohkaaj. Con toda precisión, se especifica el 21 de octubre de 2359 a. C. como la fecha de nacimiento—o quizá de reencarnación— de una nueva advocación de GI, la cual prevalecería desde entonces. Cuatro días después nace GIII, el temible aspecto del dios jaguar del inframundo. Finalmente, el 8 de noviembre de ese mismo año llegaría al mundo el miembro más joven de la tríada, la deidad GIII, cuyo nombre podemos leer hoy día como Unen K’awiil (dios-relámpago infantil). Tan sólo unos años más tarde, le tocaría el turno de ascender al trono a la propia deidad progenitora Nal Ixi’m Muwaan Mat, en 2324 a. C., cuando contaba con setecientos noventa y siete años de edad.

Esta sucesión de eventos claramente mitológicos es seguida después por otra cadena de sucesos que se ubican en la frontera entre la leyenda y la realidad histórica. Así, en 993 a. C. —la época de esplendor de los centros olmecas del Preclásico medio como San Lorenzo y La Venta—los textos de Palenque narran el nacimiento de un personaje llamado Ukokaan Kaan (serpiente del perforador), quien veintiséis años más tarde ascendería al trono. Más adelante, en tiempos del Preclásico tardío —contemporáneos a las muestras de alta cultura de San Bartolo en el Petén—, las inscripciones de Palenque registran un evento ocurrido en 252 a. C., supervisado por un primer fundador dinástico semi-mítico, referido como el gobernante Ch’a. Hemos visto antes que algo similar ocurre con el linaje de Cielo Partido o Pa’chan en 325 d. C., cuando el héroe cultural Yopaat B’ahlam funda la dinastía que luego gobernaría Yaxchilán. Referencias como estas nos transportan a los albores de la historia de esta vasta región.

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