Los Mayas

Mesoamérica

Mapa que muestra la extensión aproximada de Mesoamérica, super área cultural que abarcó porciones de México, Guatemala, Honduras, Belice y El Salvador. Elaborado por Alejandro Covarrubias.

Para entender el mundo maya, es preciso situarlo dentro de un contexto más amplio, pues su brillante civilización no se desarrolló de forma aislada ni brotó por «generación espontánea», sino que perteneció a un conjunto de culturas que se ramificaron a partir de un tronco común que hoy llamamos Mesoamérica. Fue el investigador alemán Paul Kirchoff quien acuñó este término hacia 1943, para referirse a una superárea poblada por distintas culturas que compartían características, creencias, prácticas y orígenes comunes. Así, Mesoamérica llegó a extenderse desde el norte de México hasta las costas del Pacífico de Nicaragua y Costa Rica en el sur. Se trata sin duda de una de las regiones de mayor diversidad biológica y cultural en todo el mundo. Como tal, estuvo densamente poblada de gente perteneciente a un cúmulo de grupos étnicos más o menos emparentados, pertenecientes a diversas familias lingüísticas.

Entre las características comunes que exhiben las diversas culturas mesoamericanas podemos citar una agricultura de subsistencia basada en el maíz, frijol, chile y calabaza, así como el uso del palo de labranza llamado coa; métodos agrícolas como las chinampas —jardines de cultivo para ganar terreno a los lagos— y las terrazas en las laderas de los cerros; el comercio a larga distancia de bienes como la obsidiana, el jade, la sal y el cacao; la construcción de pirámides escalonadas, con frecuencia orientadas astronómicamente; el uso de escritura jeroglífica fonética; un sistema de creencias que incluía un amplio grupo de deidades íntimamente vinculadas con el cielo, la tierra y el agua; el empleo de sistemas matemáticos posicionales para registrar ciclos astronómicos y calendáricos, incluyendo un calendario ritual de doscientos sesenta días más otro astronómico de trescientos sesenta y cinco; la práctica del juego de pelota y el uso de determinados atavíos a manera de símbolos de estatus, tales como bienes exclusivos de las élites: plumas de quetzal, pieles de jaguar, espejos de pirita, orejeras o collares de jadeíta.

Además de la familia lingüística maya que nos ocupa, existieron otras como la familia oto-mangue (de la cual derivan ramas como el otopame, otomí, mazahua, chichimeca y pame); o bien la familia mije-soke (que incluye ramas como el mije oriental y occidental, sayulteco, tapachulteco, soke, popoluca y chimalapa); y la familia uto-aztecana (que engloba ramas como el cora, huichol, yaki, pochuteco y las muchas variedades de lenguas nawas, incluyendo el nawatl clásico, el nawatl del golfo y el pipil). Otras lenguas mesoamericanas menos difundidas que las anteriores derivaron de ramas como la tarasca (o purépecha): la huave de Guerrero; la xinka, del sureste de Guatemala, y la lenca, hablada en el suroeste de Honduras y El Salvador. Si bien muy distintas entre sí, muchas de las diversas lenguas mesoamericanas muestran notorias similitudes a nivel semántico (en significado); fonológico (en sonido) y gramatical (en estructura).

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