La región del Usumacinta
Restan pocas dudas respecto a que un contingente de Teotihuacán dejó huellas de su paso por Palenque, ciudad que antiguamente se hizo llamar Lakamha’ (‘Lugar de las Grandes Aguas’). Inclusive Teotihuacán pudo jugar un papel de importancia en el establecimiento de la dinastía palencana. Además de objetos con clara influencia del México central —dos portaincensarios y una figurilla de piedra verde—, el experto Simon Martin ha detectado el nombre de Nacido del Fuego —líder militar de la entrada de contingentes del México central hacia el Petén en el año 378— en un tablero del Palacio de Palenque, aunque su presencia en esta región estaría siendo mencionada en forma retrospectiva, casi tres siglos después. Como confirmación del indicio anterior, una subestructura del Templo V, en el llamado Grupo Norte de Palenque, muestra restos de un friso de estuco modelado, en el cual se aprecia el retrato de un personaje ataviado a la más pura usanza de los guerreros de Teotihuacán, que blande en la mano izquierda un lanzadardos, mientras con la diestra empuña lo que podría ser un cetro o «dardo flamígero» —parecido al de El Perú-Waka’—. Porta además un yelmo de mosaico con barbiquejo, las inconfundibles anteojeras de las órdenes militares del México central y un elaborado collar y pectoral del que penden cuentas circulares teseladas.
Sin duda, el contacto temprano con Teotihuacán dejó secuelas en Palenque que habrían de perdurar por siglos. Hacia el año 700 fue producida la lápida de Jonuta, en algún sitio subsidiario de Palenque, y en ella vemos a dos personajes arrodillados, aunque de muy elevado rango —uno de ellos el rey K’inich Kaan B’ahlam II— quienes flanquean a un enigmático tercer personaje no identificado, al cual están entregando reliquias teotihuacanas asociadas con el poder dinástico, que ofrecen en sendos platos. Una de ellas es una máscara de la llamada «deidad mariposa» del México central. La otra es descrita como una «piel» o «capa» en el breve texto que acompaña la escena. Más importante aún, en el fondo de la escena aparece de nuevo el signo de Puh o Tulan, evocando con ello la gloria de Teotihuacán, en una época posterior al colapso de esta gran urbe mexicana.
Otro sitio del Usumacinta que experimentó el poderío e influencia de Teotihuacán fue Piedras Negras, en Guatemala. Los máximos representantes de su dinastía fueron los reyes de Yokib’, quienes se establecieron allí hacia el año 450 con la llegada al poder de Yat Ahk I. De esta época datan cierta cantidad de figurillas cerámicas elaboradas en moldes, de clara influencia teotihuacana —con signos del año, tocados de mosaico y anteojeras de Tlālok—. Su sucesor, Yat Ahk II, emprendió un viaje al occidente —de forma no muy distinta a como hizo K’inich Yax K’uk’ Mo’ en Copán— a fin de recibir las insignias de mando por parte de Taho’m Uk’ab’ Tuun, un personaje portador del título capital de Ochk’in Kalo’mte’ (‘emperador del oeste’), el cual se asocia en cierta forma —como hemos visto— con la hegemonía de Teotihuacán. La alianza resultante permitió a Piedras Negras hacerse con el control de buena parte del Usumacinta, incluyendo el sitio cercano de Yaxchilán y el relativamente distante de Santa Elena, en Tabasco.
Con frecuencia, algunos de los más poderosos gobernantes mayas recurrían al simbolismo derivado de Teotihuacán para enfatizar su legitimidad ante otros aspirantes al trono, así como su capacidad política y militar ante súbditos y rivales. Aún siglos después de la caída de Teotihuacán, parece haber existido una amplia tradición de «revivir» motivos militaristas derivados de esta gran metrópoli. Apreciamos tales prácticas en gobernantes como Itzam K’an Ahk III de Piedras Negras y los reyes Kohkaaj B’ahlam II (Escudo-Jaguar II) y Yaxuun B’ahlam IV de Yaxchilán. De hecho, el Dintel 25 de Yaxchilán, ya en el Clásico tardío, relata la ascensión al trono de Escudo-Jaguar II en la Casa del Origen Dinástico (Wite’naah), seguida de un ritual donde aparece una criatura fantástica —identificada como la serpiente de guerra teotihuacana— de cuyas fauces emerge una figura ancestral. Mientras tanto, no muy lejos de allí, el gobernante tardío Yajaw Chan Muwaan de Bonampak fomentaría el empleo de imaginería teotihuacana —como la deidad Tlālok y el signo calendárico del trapecio y el rayo— en las estelas 2 y 3, así como en las vestimentas de una de las figuras de los famosos murales de Bonampak, descubiertos por Carlos Frey y Gilles Healey en 1946, considerados por algunos como una Capilla Sixtina del Nuevo Mundo, aunque este calificativo también podría aplicarse ahora a los recientemente descubiertos murales de San Bartolo en el Petén.
Si regresamos a la época en que el poderío teotihuacano estaba aún vigente, resulta claro que el avance de sus intereses estratégicos se hallaba lejos de restringirse al occidente de las tierras bajas. Unos sesenta y cinco kilómetros río arriba de Yaxchilán, el Usumacinta se bifurca, dando origen al río Pasión, en torno al cual floreció la entidad política del Petexbatún y su capital regional de Dos Pilas. Allí, el Gobernante 3 recurrió también al empleo de simbolismo derivado de Teotihuacán —siglos después de la presencia de teotihuacanos en esta región— tanto en la Estela 16 producida allí como en otra del sitio subordinado de Aguateca (Estela 2), hacia mediados del siglo VIII, aunque durante el Clásico temprano existen indicios más directos de la influencia que ejerció Teotihuacán en el Petexbatún. En el sitio de Machaquilá es mencionada una Casa del Origen Dinástico o Wite’naah, sin duda como reflejo de los mismos procesos que afectaron al cercano sitio de Tres Islas, visitado por el gran explorador austriaco Teobert Maler en 1905. Allí fueron esculpidos monumentos que datan del año 475, aunque narran eventos ocurridos entre el año 400 y el 416. Los individuos que aparecen allí retratados semejan guerreros con claros atavíos teotihuacanos. Su asociación con el término Wite’naah —reiterada en dos ocasiones— no hace sino reforzar la impresión de que fueron establecidos allí linajes afines a Teotihuacán. Dos de los individuos portan el inconfundible yelmo de mosaico —llamado por los mayas Ko’jaw— además de un barbiquejo, al tiempo que empuñan los ya familiares tres dardos y lo que parece ser un átlatl para arrojarlos. La evidencia de Tres Islas equivale a decir que tan sólo unos veinte años después de su «entrada» en el Petén central, los teotihuacanos habían logrado expandir su presencia a un área ciento veinte kilómetros al sur de Tikal. Tras continuar su avance hacia el sur de las tierras bajas, eventualmente su influencia alcanzaría el valle del Motagua, manifestándose con mayor fuerza en Copán, aunque en menor medida, también en Quiriguá y en el sitio de Pusilhá.