Los Mayas

La doble caída de Palenque

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A pesar de permanecer en el poder por veintiún años, la búsqueda de prosperidad que emprendió Yohl Ik’nal para su ciudad resultaría infructuosa, pues una oscura sombra comenzaba ya a cernirse sobre Palenque y buena parte de la región occidental: el creciente poderío militar de la dinastía Kaanu’ul. Así las cosas, en una fatídica fecha de 9.8.5.13.8 (23 de abril de 599) sobrevendría el primer ataque de la dinastía de la serpiente contra Palenque. El pasaje jeroglífico crucial nos narra cómo la ciudad de Lakamha’ fue «destruida», por obra de una coalición militar liderada por algunos de los antiguos vasallos de Yuhkno’m Ut Chan (Testigo del Cielo), rey de Kaanu’ul, quien para entonces presumimos habría ya muerto, aunque bajo su nombre, su sucesor Serpiente Enrollada concatenaría una nueva serie de conquistas, valiéndose de la ayuda algunos gobernantes aliados, incluyendo a K’ox Luka’ —del enigmático sitio de Maguey-Trono— además de un gobernante de Yaxchilán, llamado Kokaaj B’ahlam II (Escudo Jaguar II), también mencionado en un tablero de Bonampak, y homónimo del más célebre gobernante posterior Escudo Jaguar IV.

Orquestadas desde una distancia que nos cuesta trabajo imaginar —más de trescientos sesenta kilómetros separan Palenque de Dzibanché—, ambas aventuras bélicas son las más lejanas jamás intentadas en el área maya, sólo superadas por las incursiones militares efectuadas por Teotihuacán siglos atrás. Dondequiera que haya estado entonces su capital, es claro que la atención de los reyes de la serpiente se mantenía fija en la región occidental y sus abundantes recursos naturales —incluyendo las fértiles tierras del delta del río San Pedro— así como sus estratégicas rutas de comercio y navegación. Evidentemente, Palenque cometió el error de interponerse en sus planes por allegarse el control de esta zona.

El texto de la escalinata jeroglífica de El Palacio narra las catastróficas consecuencias de la invasión: algunos de los templos de la ciudad habrían sido profanados y las efigies de la tríada de deidades patronas de Palenque derribadas. Pese a que todavía no podemos capturar totalmente la esencia de lo que registran estos pasajes, representan sin duda una visión interna —la perspectiva palencana— sobre su propia catástrofe, aunque matizada por el paso del tiempo, ya que fue escrita más de ciento cincuenta años después. Como quiera que haya sido, la derrota inflingida por la dinastía de la serpiente debió dejar la ciudad de Palenque-Lakamha’ sumida en el caos. El equilibrio de poderes regional cambiaría entonces súbitamente, mientras los principales competidores buscarían mejorar su posición dentro de la nueva correlación de fuerzas.

Cuatro años después, Piedras Negras parece haber decidido hacer leña del árbol caído —valiéndose de las añejas alianzas militares entabladas con Bonampak y otros sitios—. Aprovechando la debilidad que aún prevalecía en Palenque-Lakamha’, ambas ciudades le asestaron sendos golpes en rápida sucesión: en 9.8.9.15.11 (16 de mayo de 603), los escudos y las armas del hombre de Lakamha’ fueron abatidos —según narran los textos glíficos— por obra del rey Yajaw Chan Muwaan de Bonampak, frase que alude a la derrota del ejército palencano. En noviembre del mismo año, el trono de Piedras Negras sería ocupado por un nuevo y poderoso rey, llamado K’inich Yo’nal Ahk I. Quizá influyó en su elección su reciente proeza militar, ocurrida un mes atrás, cuando logró capturar a un sacerdote de Palenque, portador de un título exclusivo —el «hechicero de B’aakel» (B’aakel Wahywal)— . Como resultado de esta doble calamidad, la corte real de Palenque parece haber sido forzada por las circunstancias a mudarse provisionalmente a un sitio desconocido, tal vez infestado de mosquitos a juzgar por su nombre (Ta’ Us). Allí, la señora Yohl Ik’nal instala a un noble de la clase sacerdotal en 9.8.10.5.8 (20 de octubre de 603).

Lejos de terminar allí, los problemas de Palenque no harían sino recrudecerse. La señora Yohl Ik’nal moriría un año después. Su importancia para los futuros reyes quedaría de manifiesto posteriormente, cuando se la retrata dos veces en los costados del sarcófago del gran K’inich Janaahb’ Pakal, emergiendo entre grietas en la tierra, al modo de un ancestro resucitado, con su gran medallón enjoyado con el signo de viento (Ik’) que alude a su nombre. En enero de 605 asumiría el trono Ajen Yohl Mat —probablemente su hijo—, quien, pese a la devastadora derrota, parece haber sido capaz de recomponer algún tipo de orden en Palenque, al menos el suficiente para clamar control del sitio de Santa Elena, en Tabasco, noventa y ocho kilómetros al oriente, a orillas del río San Pedro Mártir. Dos descubrimientos efectuados allí resultarían importantes: en primera instancia, David Stuart pudo identificar que sus relativamente modestas ruinas correspondían con un nombre de lugar jeroglífico recurrente en las inscripciones de Palenque y el Usumacinta —llamado posiblemente Wak’aab’ o Wab’e’—. Posteriormente, Nikolai Grube encontró en uno de sus monumentos evidencia que denota su posición subordinada ante Palenque, ya que un registro del año 609 narra la entronización de un gobernante local —K’inich… Chaahk— bajo la supervisión de Ajen Yohl Mat, referido con su título usual de «señor divino» de B’aaka’al. Aunque esta vez la ambición de Ajen Yohl Mat fue demasiado lejos. Incomodadas por tales intentos de su enemigo derrotado por recomponerse y ampliar su influencia, las huestes de Kaanu’ul se aprestaban a dar el golpe de gracia a Palenque-Lakamha’.

Entre las maravillas arquitectónicas del mundo antiguo, sin duda debemos contar el Templo de las Inscripciones de Palenque. En la cúspide de esta estructura piramidal de nueve cuerpos superpuestos existe un amplio templo, en cuyos muros fueron empotrados tres grandes tableros jeroglíficos —a los que el edificio debe su nombre—. En su conjunto, conforman uno de los más largos textos mayas jamás descubiertos. Un pasaje en especial del tablero oeste nos interesa ahora: en él se narra cómo en la fatídica fecha 4 Hix 7 Wo’ (equivalente al 7 de abril de 611) fue literalmente «destruida» la ciudad de Palenque-Lakamha’ (ch’ahkaj Lakamha’) bajo la mano del sucesor de Testigo del Cielo —a quien conocemos con el sobrenombre de ‘Serpiente Enrollada’—, el señor divino de la dinastía de la serpiente Kaanu’ul. El ominoso pasaje que sigue nos da una vaga idea de las trágicas consecuencias del ataque. Narra como «se perdieron las señoras divinas» de la ciudad (satay k’uhul ixik) y «se perdieron los señores» (satay ajaw). Posiblemente ello indique el exterminio selectivo de un segmento importante de la nobleza del linaje de B’aakal. Si bien Ajen Yohl Mat y su hermano — llamado Janaahb’ Pakal— sobrevivieron a la batalla, morirían durante el próximo año.

Comúnmente se asume que su ejército se movilizó desde Calakmul, aunque hemos visto ya que lo más lógico sería ubicar su capital en el sureste de Quintana Roo. El hecho es que Serpiente Enrollada logró continuar los expansivos planes que su predecesor inició, fulminando a Palenque con un ataque que se antoja aún más devastador que el primero.

Durante el caótico estado de cosas que siguió, cuando los cimientos mismos del sistema de creencias parecían demolerse, ascendería al trono en el 612 la enigmática figura de Muwaan Maat. Quienquiera que haya sido, ostenta el mismo nombre mitológico de la deidad progenitora de los dioses de la tríada palencana, sin embargo, hay buenos motivos para dudar que fuese un gobernante convencional, pudiendo tratarse en cambio de una metáfora para camuflar lo indecible: que la ciudad hubiese caído en manos de un líder foráneo —quizá impuesto por la dinastía de la serpiente— o bien que se encontrase simplemente bajo el resguardo de sus dioses protectores, es decir, desprovista de cualquier gobierno funcional.

Así, ante la ausencia de buen gobierno, algo más grave ocurriría aún, pues dejarían de observarse las ceremonias de fuego y los rigurosos rituales prescritos. Los textos narran que no se otorgaron las debidas ofrendas a los dioses de la ciudad. Desde la perspectiva palencana, una retórica de este tipo podría servir —según hemos visto— para justificar todo tipo de catástrofes actuales o venideras, con base en el debilitamiento, o negligencia en el cuidado, del vínculo vital entre súbditos, reyes y dioses. Causa última de todos los infortunios.

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