El umbral de la historia en las tierras bajas centrales
En Mesoamérica no conocemos otra línea de sucesión dinástica más larga que la de Mutu’ul o Tikal. Con sus treinta y tres reyes y ochocientos años de duración, tuvo sus inicios históricos desde el primer siglo de nuestra era, aunque sus mitos de origen se pierdan en la oscuridad del tiempo —en forma similar a los que hemos visto sobre Copán y Calakmul—. Después de haber permanecido siglos de su historia preclásica bajo la sombra de poderes mayores, Tikal sabría capitalizar a su favor el colapso de las grandes urbes del Preclásico, consolidándose como el mayor vértice de poder regional en el corazón del Petén guatemalteco. Si Calakmul y Copán fundamentaron sus orígenes dinásticos en la figura de Ajaw Foliado y la mítica ciudad de Maguey-Trono, la floreciente Tikal no sería la excepción y recurriría también a este lugar común, tan arraigado entre las élites gobernantes. Así, estas grandes ciudades se nos revelan como las gruesas ramas de un tronco cultural de tradiciones compartidas —dominado por la cultura ch’olana oriental—, aunque a la postre poco pudieron lograr las afinidades étnicas o vínculos ancestrales para unificarlos bajo un imperio, pues pocos siglos después los reyes de Tikal y Calakmul revelarían su ambición sin límites, en una feroz contienda por hacerse de la supremacía de las tierras bajas.
El gran asentamiento de Tikal abarca unos 60 km2 y se divide en múltiples grupos arquitectónicos, comunicados con el núcleo central a través de largas calzadas, o sakb’ih. Si bien algunos de esos complejos contienen edificios que datan del Preclásico superior —incluyendo el llamado Mundo Perdido o la Acrópolis norte—, la historia que nos narran las inscripciones de Tikal comienza hacia fines del primer siglo de nuestra era. Fue entonces cuando la ilustre dinastía de Mutu’ul fue fundada por un personaje llamado Yax Ehb’ Xook. Es posible que un entierro real que data de esta misma época contenga sus restos. De ser así, estaríamos ante un caso adicional en el cual las pretensiones de gran longevidad que los mayas atribuían a sus linajes reales —según las inscripciones glíficas— pueden ser verificadas por los arqueólogos, indicándonos que constituyen algo más que meras invenciones basadas en su mitología. Sin duda exige gran paciencia deshilvanar los fuertes componentes míticos que aparecen casi siempre entretejidos con las narrativas históricas de fundación, pero en ocasiones el investigador dedicado encuentra su recompensa.
El monumento fechable más temprano de las tierras bajas mayas es la Estela 29 de Tikal. Registra la posición de Cuenta Larga 8.12.14.8.15 (292 d. C.) y su texto menciona por primera vez la existencia de un Mutu’ul ajaw. Muestra el retrato de un gobernante, quien podría ser un descendiente directo, o bien, tratarse del mismo héroe legendario Ajaw Foliado ‘Jaguar’. Recordemos que este nombre aparece en la placa de jade de Costa Rica que mencionamos arriba, aunque también fue escrito en la Estela 31 de Tikal, donde su elevado rango se ve ampliamente confirmado, al atribuírsele el título de Kalo’mte’, que designa a un gobernante hegemónico, con la capacidad de controlar sitios relativamente distantes desde su propia capital regional. En consonancia con los patrones vistos en Copán, Calakmul y Pusilhá, el nombre de Ajaw Foliado aparece estrechamente vinculado en Tikal con el del lugar de origen Maguey-Trono, aunque se le añade allí una críptica referencia a otra localidad —quizá relacionada con la anterior— que, a falta de un desciframiento más preciso, referimos con el sobrenombre de ‘Pájaro Luna Cero’, que resulta importante mencionar, pues aparece también registrada en dos altares de Tikal, y en una famosa placa de jadeíta exhibida en el Museo de Antropología de Leiden, en Holanda, la cual ostenta una fecha maya de 8.14.3.1.12 (320 d. C.), asociada con el retrato de un gobernante que bien podría ser también de Tikal.
Llegamos así a la era de Chak Tok Ich’aak I (Garra de Jaguar I). Su reinado comenzó hacia el año 360, y alcanzaría un trágico fin en 378, debido a factores externos que nos resultarán evidentes en el próximo capítulo. El arqueólogo guatemalteco Juan Pedro Laporte atribuyó a Garra de Jaguar la construcción del complejo arquitectónico llamado «Mundo Perdido», cuyo estilo recuerda fuertemente al del México central. Garra de Jaguar celebró en el año de 376 el final del decimoséptimo k’atun (nombre del período de 20 x 360 días). Bajo su mando, Tikal parece haber obtenido importantes victorias militares, a juzgar por su retrato en la Estela 39, que lo muestra posado sobre un cautivo atado. De acuerdo con el texto de una fina vasija descubierta en la Estructura 5D-46 de la Acrópolis Central, Garra de Jaguar tuvo su allí residencia. Su nombre aparece también en una serie de platos cerámicos exquisitamente trabajados, que brindan testimonio sobre los esfuerzos de Garra de Jaguar por hacer de Tikal una capital de gran desarrollo artístico y cultural dentro del mundo maya, apoyada por una boyante economía fruto de su creciente control sobre rutas importantes del comercio a larga distancia. Desafortunadamente para él, tales esfuerzos se verían bruscamente interrumpidos por la intervención de fuerzas de mayor magnitud, que pronto habrían de cambiar el curso de la historia de Tikal, y de buena parte del mundo maya.
Una vez llegados a este punto, nos enfrentamos a un reto monumental: para continuar nuestro recorrido por la historia temprana de Tikal —y de buena parte del área maya— debemos desviar la mirada muy lejos, hacia el occidente, pues mientras emprendía sus ambiciosos proyectos en Tikal, Garra de Jaguar difícilmente pudo haber previsto lo que comenzaba a gestarse a mil kilómetros de allí, en los fértiles valles del altiplano central mexicano, donde existió otra metrópoli mesoamericana de majestuosidad sin par, estratégicamente emplazada, rodeada de montañas: legendaria, distante, poderosa, colosal. Nos referimos, por supuesto, a la gran Teotihuacán.