Los Mayas

El nuevo orden internacional

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La nueva integración de Mesoamérica llevaría al surgimiento de nuevas capitales pluriétnicas y multiculturales, inspiradas en el legendario ideal de Tulan: expresión de un mundo ultraterreno, donde todos hablaban la misma legua, vivían en ciudades habitadas por grandes sabios y extraordinarios artistas, y eran armoniosamente gobernados por la divinidad encarnada, la serpiente emplumada, epítome de la fusión del cielo y la tierra. Así, las principales capitales del Clásico terminal buscarían nuevamente manifestar tal utopía en la tierra, como en su era lo hizo la perdida Teotihuacán. Entre los mayas yukatekos, tal ciudad arquetípica recibiría el nombre de Suyua’ (’confusión’). Su leyenda perduraría siglos después entre los k’iche’ y otros grupos de las tierras altas. Como resultado del nuevo modelo, a partir de los siglos IX y X comenzaría a darse un florecimiento —o un nuevo auge—en centros como Tula-Xicocotitlán, en el estado de Hidalgo; Tulan-Chololan en Puebla; Cacaxtla, en Tlaxcala; Xochicalco, en Morelos; Alta Vista-La Quemada, en Zacatecas y Tajín, en Veracruz.

La serpiente de guerra teotihuacana (forma prototípica de la Serpiente Emplumada) plasmada en los murales de Tepantitla, en Teotihuacán. Período Clásico temprano en von Winning 1987. Fig. 1b.

Ello marcó el comienzo del nuevo orden internacional —así llamado por su carácter multiétnico y panmesoamericano— que basaba su economía en la creciente expansión del comercio a larga distancia, apoyada por la fuerza bélica —para lo cual retomó la tradición de las órdenes militares de Teotihuacán—. Bajo su lógica, todo rey debía viajar a alguna de las capitales del nuevo orden para efectuar el ritual de «toma de posesión» —antes de ascender al trono o durante su mandato vigente—. Sólo allí podría recibir las insignias de mando que le dotasen de legitimidad —como la nariguera enjoyada que atravesaba el septum nasal (ritual de yakaxapotlalistli)— de manos de los nuevos supragobernantes, encarnaciones vivientes de Ketzalkōatl-K’uk’ulkáan.

Fue entonces cuando el culto a Ketzalkōatl fue abrazado por poderosos linajes, que lo promoverían activamente a través de las principales rutas comerciales. Las nuevas élites —fruto de la unión de chontales, itzáes, nawas de Veracruz, migrantes del México central y otros grupos— juzgaron que había llegado el momento de introducir a las tierras bajas mayas no sólo sus valiosos productos comerciales, sino también el nuevo orden internacional. Naturalmente, ello implicó mucho más que la simple llegada de un personaje o un grupo. Se trató en realidad de un cambio paradigmático.

En el área maya, el culto a la serpiente emplumada parece haber penetrado a través de la región Puuc —al noroccidente de las tierras bajas—. Habría comenzado con el aumento de la presencia chontal en torno a Tixchel y la Laguna de Términos. Como siguiente paso, intentarían expandirse al estratégico puerto maya de Champotón —al occidente de Campeche—. Sin embargo, la capital regional de Edzná lo controlaba entonces y no lo cedería fácilmente. Así, durante un k’atun 4 Ajaw (711-731) —cuando las crónicas coloniales refieren una «gran bajada», según veremos— inscripciones glíficas de Edzná registran una serie de confrontaciones contra Chanpet —posiblemente Champotón, caído bajo control chontal—. Pese a victorias iniciales, Edzná caería eventualmente en un aparente período de silencio de sesenta años de duración, al tiempo que toda la costa de Campeche muestra signos crecientes de ocupación chontal.

Posteriormente, grupos itzáes bajo el mando del líder Chak Jutuuw Kaanek’ llegan al sitio de Ek’ Balam —en el noreste de la Península de Yucatán— en 9.16.19.3.12 (11 de abril de 770). Allí fundarían una nueva dinastía, instalando en el trono a Ukit Kan Le’k —el más prominente de los reyes del sitio—. Posteriormente sería sucedido por K’an B’ohb’ Took’ (hacia 814); más tarde por Ukit Jo’l Ahkul (hacia 830) y, finalmente, por Ju’n Pik Took’, a quien se menciona en el cercano sitio de Halakal y en Chichén Itzá hacia 870. El sitio prosperaría hasta mediados del siglo IX, produciendo ambiciosas obras arquitectónicas, textos glíficos y esculturas de gran calidad artística. Al respecto, la Relación de Ek’ Balam —que data de 1579— refiere que «se tiene entre los naturales por cosa muy averiguada [que] vinieron de aquella parte del oriente con gran número de gentes, y que eran gente valiente y dispuestos, y que eran castos».

Es precisamente a partir de este momento cuando la investigadora rusa Tatiana Proskouriakoff advierte cambios drásticos en el arte de Edzná, que atribuye a la llegada de grupos foráneos. En el año 790, hace su llegada a Edzná un nuevo líder, llamado quizá Aj Koht Chowa’ Naahkan. Extrañamente, no perteneció al linaje previo de los reyes de Wahywal, ni a ningún otro conocido de las tierras bajas mayas. Dos retratos suyos en Edzná lo muestran con los atavíos del nuevo orden «internacional» —la característica nariguera del ritual de «toma de posesión» yakaxapotlalistli y un tocado en forma de lagarto o Sipaktli—. Su nombre parece conformarse del término nawat koht (águila) y el nombre maya de la gran serpiente de lirio acuático. Para entonces, el linaje Lagarto (Sipakti) de Nonohualco controlaba la producción de la cerámica Pabellón Moldeado, mientras la serpiente de lirio acuático se convertía en una de las entidades sobrenaturales más prominentes de la religión del nuevo orden internacional y se vincula con la planta de nenúfar en la frente de Ketzalcōatl.

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